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riquecia su álbum con preciosos dibujos al pié del Parthenon, á la vista del risueño golfo donde Temistocles alcanzó fama imperecedera; bajo los pórticos que ilustraron Aristóteles y Platon; en los hoy abandonados campos que inmortalizó el ciego de Chios; en los parajes donde se levanta la sangrienta figura de Mahomet y la magnífica de Soliman; en las orillas del rio donde lucharon Alejandro y los generales de Dario Codomano; en el golfo en cuyas cercanías fueron vencidos Antigono y Demetrio; en la tierra querida de los seleucos; en los sagrados parajes donde se verificó la redencion del género humano; ya visitando las altas pirámides y contemplando desde su altura el ancho Nilo y los monumentos del pais de los Ptolomeos, ó soñando en los mismos campos de batalla entre cartagineses y romanos en la feracisima Trinacria, patria de Arquimedes.- ¿Qué extraño es que Rada, nacido á la sombra de las palmeras de la dulce Almería y criado en la monumental Granada, en cuyo entendimiento depositó su sabio padre el caudal de la ciencia y su tierna y santa madre los ricos tesoros de su inagotable bondad, sea hoy dechado de saber y de virtudes públicas y privadas?

Si alguno de mis lectores tiene alguna vez el deseo de hablar con el modesto académico, que no lo busque en cafés, teatros ó reuniones de pasatiempo; fácil le será hallarlo desde las primeras horas de la madrugada en su estudio, despues en archivos y bibliotecas ó en su querido Museo, y siempre estudiando, investigando, enriqueciendo su caudal científico, ó en el seno de su familia, dedicado á la educacion de sus hijos.

Para concluir, licito nos sea copiar un párrafo de su último libro presentado á la Academia, en que da nueva prueba de su ingénita hidalguia y de que la severidad de la ciencia vive en él hermanada con los más nobles sentimientos del corazon: «dejándome tambien consa» grar á Granada, mi segunda cuna, el recuerdo de mi » engrandecimiento, y con ella á todos mis maestros, » que por ventura áun viven, y á todas cuantas perso»nas me han favorecido en mi vida: recuerdo que para » alguna de ellas será más consolador, porque llegará » hasta tierra extranjera, levantándose sobre los alari» dos de muchos ingratos, impregnado en el perfume » de que van siempre saturadas para el desterrado las » auras de la madre patria. »

Manuel de Góngora

7 de Julio de 1875

EL TEATRO DEL PRÍNCIPE Ó ESPAÑOL.

(APUNTEs y coNSIDERACIONEs.)

Entre las rarezas y anomalías propias de este país, que obtienen el mote antonomástico de cosas de España, una existe que tiempo há me preocupa sin que acierte con el por qué de su existencia.

Es el caso que el único teatro subvencionado y directa y eficazmente protegido por el Gobierno es el teatro de la ópera extranjera. Que un espectáculo cuyos beneficios y cuyos lauros gozan extrañas gentes: libretistas, compositores, cantantes, casi nunca españoles, es solamente al que juzga el Gobierno español acreedor á su proteccion y ayuda, miéntras que el teatro nacional, el que recuerda ó da á conocer nuestras glorias dramáticas, ha de vivir de sus propios recursos, escasos desgraciadamente para depararle holgada é independiente vida.

En buen hora que, de existir ópera española, fuese ésta objeto de las atenciones con que se halla dotado el teatro Real; en buen hora que por todos los medios adecuados se fomente y ampare la música indígena y hasta -siguiendo este órden de ideas— no sería censurable que la Zarzuela lograse subvencion; pero lo que en modo alguno cabe excusa, lo que hiere los ojos y enoja el entendimiento es que las prerogativas, los auxilios, los privilegios se concreten á un coliseo cuyas representaciones más de una vez se componen de un libro frances, con música alemana, cantada en italiano.

Y no es esto solo; para que se destaque más irritante este favor, hay que notar que miéntras la comedia y el drama reciben hospedaje en toda suerte de templos de Talía, hasta el punto que la competencia es terrible y onerosa para el teatro nacional, la ópera carece de rivales, el público amigo de este género no puede subdividirse ni distraerse, y acude todo, y constantemente, á proporcionarle ganancias. Finalmente, y por si esto no bastára, la moda, la elegancia y el lujo, combinados, hacen del coliseo en cuestion el punto de cita de la alta sociedad madrileña y el fondo, digámoslo así, sobre el que brillan con mayor es: plendor que en ningun otro espectáculo las joyas, los trajes y la belleza de las damas.

Resulta, pues, que el teatro Real tiene mayor concurrencia, mejor concurrencia y más segura concurrencia que otro alguno; que el teatro Real no proporciona reputacion, ni lucro, ni ventaja á autores españoles ó artistas españoles; y que el teatro Real es el único que subvenciona el Estado.

Tan palmaria injusticia no forma, sin embargo, la base de las someras indicaciones que, guiado tan sólo de un impulso—quizá extraviado, pero seguramente leal—me atrevo á consignar en estas líneas. No entra en mi propósito obrar por negacion ó ejercitar la defensa atacando; de manera alguna, amante, y amante entusiasta del arte que se llama con razon divino; convencido de que la música, á más de envolver el espíritu en purísima atmósfera de dulces sentimientos, ejerce benéfico influjo en las costumbres y suaviza y morigera los instintos, mal podria oponer mi voto, siquiera débil é insignificante, al acuerdo ya en planta por el que disfruta de ámplia proteccion la Opera.

Mas ya que así sucede, ya que empiezo por respetar los hechos y con ellos los derechos adquiridos, paréceme lógico y justo reclamar, por lo ménos, igual comportamiento para con el teatro que por destino y circunstancias esenciales recibe el apelativo de Español.

Más de veinticinco años hace que fué consagrado al fin que se contiene implícitamente en su denominacion. A semejanza de lo que en todas las naciones civilizadas sucede, el coliseo de la plaza de Santa Ana asume el generoso cargo de conservar inextinto el sagrado fuego de la antigua dramática, y de prestar pábulo y alimento á la llama de la inspiracion moderna.

Así considerado el teatro nacional, en el nuestro como en ajenos paises, merece señalada atencion, porque en él con mayor amplitud y medios de vulgarizacion que en una Academia pueden los ciudadanos conocer y recordar sus glorias literarias, y probar y juzgar la actividad y alcance de sus ingenios contemporáneos.

Y estos objetos, altamente significativos, á que atienden las instituciones de esta especie, tienen mayor significacion en España que en ninguna otra nacion, y reclaman, por lo tanto, especialísimnas atenciones.

En efecto, si echamos una rápida ojeada sobre los astros más esplendorosos de la inteligencia que han surcado el horizonte de Europa en la edad moderna, verémos que España no ha producido despues de la época llamada del Renacimiento, un reformador como el aleman Lutero; un filósofo como el francés Descártes; un épico como el inglés Milton; un poeta como el italiano Ariosto. Verémos tambien, si no turba la parcialidad del orgullo patrio nuestros ojos, que despues de la época llamada de la revolucion, tampoco hemos tenido rivales que oponer á Goethe en Alemania; á Lamartine en Francia; á Byron en Inglaterra; á Manzoni en Italia.

Ante esta brillante pléyade de ingenios que vierten torrentes de luz en el claro y tranquilo cielo del mundo intelectual, sólo podemos ostentar una novela y un teatro, pero la novela se yergue como el pico del Himalaya, sin cumbre alguna que se eleve á mayor altura, y el teatro, cuya fecundidad corre parejas con su valía, es el más espléndido cuartel de aquel blason de España sobre el cual jamas se proyectaba la sombra de un ocaso, porque en la dilatada extension de los estados donde flotaba esmaltando una bandera, no llegaba á ponerse nunca el sol.

Abandonando, despues de tributarle respetuoso saludo de veneracion, el Don Quijote, porque no es en el campo á que pertenece en el que ahora debo investigar, fijaré por breves instantes la atencion en la literatura dramática, que llenó con sus fuerzas todo un siglo.

Verdad es que Inglaterra daba en aquella sazon vida y alientos á ese coloso del teatro que se apellida Shakspeare; verdad es que sus obras han dejado en el océano de las letras la estela más brillante que nave alguna del genio ha trazado desde que se apagaron las potentes voces de Sófocles y Esquilo; pero verdad es tambien que Shakspeare se alza solo en medio de sus compatriotas, como esas altas, fuertes y umbrosas encinas que crecen solitarias en la sierra; miéntras que Calderon, que en más de una ocasion mide de igual á igual sus armas con el trágico inglés, ve á su alrededor,—como el esbelto pino de los bosques á los que en torno suyo forman la cimbreante bóveda de la selva,— los esclarecidos ingenios de Alarcon y Moreto, de Tirso y Rojas, á más de ese portento del humano alcance que llevó el nombre de Lope de Vega Carpio.

Y así, recorriendo las pobladas páginas de nuestras letras aplicadas á la escena en aquel período, observa el lector, poseido de asombro y regocijo á un tiempo, que todos los tonos de la poesía, todos los linajes de la fábula, todas las manifestaciones del carácter, todos los recursos de la fantasía, se hallan vivos y palpitantes en ellas. Así nota que el pensamiento profundo, la trama ingeniosa, el efecto dramático, el fresco donaire, la invencion feliz, el arranque sublime, centellean en las clásicas comedias de capa y espada, como deslumbrante caudal de joyas esparcidas sobre el manto de oriental monarca.

Y no se limita la riqueza de nuestro teatro á lo antiguo; tambien en lo moderno acopia número considerable de producciones insignes.

Vino primero Moratin á corregir la invasion conceptuosa y redundante que amenazaba ahogar en España, como en Francia, á las letras, y aunque severo, frio y un tanto pálido en sus concepciones, como Boileau, que por otro camino emprendió tambien la ardua empresa de fijar y depurar el gusto, no hay duda que ejerció muy ventajosa influencia en el teatro, librándolo de las monstruosidades que ingenios huecos y gongorinos habian engendrado. Despues Ramon de la Cruz, Gorostiza, Quintana, Breton, y más tarde García Gutierrez, Tamayo, Lopez de Ayala, Rodriguez Rubí, Serra, Hurtado, Sanz, Fernandez y Gonzalez, Larra, Echegaray y otros muchos, así en el sainete como en la tragedia, así en la comedia como el drama, han producido obras que como otras tantas fuertes y gallardas columnas afianzan y sostienen el majestuoso alcázar de nuestras glorias dramáticas.

Obsérvese de paso, y á la par que con la simple recordacion de datos y nombres se evidencia el constante apogeo del teatro nacional y los títulos que ostenta para el respeto y consideracion de todos; obsérvese, repito, que muchos de los autores ya afamados que en la enumeracion última aparecen, han ocupado y ocupan altos puestos políticos; han conquistado dignidades y fortuna, cuyo orígen no es otro que el nombre que se granjearon con sus triunfos escénicos.

Natural es, por lo tanto, que no sólo dediquen especialísima atencion á los elementos vitales del Teatro Español los amantes de las letras y las glorias patrias, sino tambien el público que con unos y otras se deleita y enorgullece; los autores que tienen en él escuela práctica donde aprender y ejercitarse; los actores que pueden en su escenario llegar al pináculo de su fama y su ventura; y por último —y esta es la parte esencial— el Gobierno, que, así como entidad política encargada de velar por el adelantamiento y lustre de la patria, como reunion de personalidades, muchas de las cuales han visto alborear su fortuna en la escena, debe velar solicito, empleando cuantos medios juzgue necesarios ó útiles, para que el teatro nacional sea, como ha sido, honra de propios y admiracion de extraños.

Hay, pues, que prestar directo y eficaz apoyo oficial al coliseo donde todo redunda en honra y provecho de España, porque españoles son sus autores, españoles sus actores y españoles sus empleados; al teatro que contrariado, perjudicado, perseguido, digámoslo así, por el aristocrático recreo de la ópera, por el deslumbrador atractivo de las mágias, por el popular espectáculo de la zarzuela y por la baratura de los teatros de á real, no tiene en sí mismo bastantes elementos de existencia para subsistir con el decoro que demanda su pasado y cumple á su presente.

En todas las grandes capitales de Europa existe subvencionado por el Gobierno el teatro nacional, y si Lóndres, por circunstancias especialísimas, carecia de un coliseo sujeto á tales condiciones, dispónese en cambio á elevar un edificio soberbio destinado á la música inglesa, y cuenta con un teatro donde, si mis informes no me engañan, obtienen las obras de Shakspeare especial y único culto.

En París, no tan sólo se auxilia de los fondos del Estado el llamado Teatro Frances; otros hay que gozan de igual beneficio, y hasta á alguna capital de provincia se extiende en este sentido la proteccion oficial.

¿Y cómo olvidar, al consignar estos datos, que la afluencia de público y el gusto de éste por el teatro es tal en París que las obras alcanzan centenares de representaciones y proporcionan enormes ganancias, miéntras que en Madrid apénas puede frisar en la trigésima aquella que más ha cautivado por su valor intrínseco?

Allí no sería menester la ingerencia del Estado para que los templos de la dramática disfrutasen de holgada y hasta fastuosa existencia, y no obstante, el Estado, atento á llevar al mayor grado de alteza el nombre de las letras nacionales, añade sus favores á los del público. ¿Cómo aquí, pues, no demandar los del primero, cuando tanto escasean, por desgracia, los del segundo?

Que la situacion del país es harto precaria para empeñarse en gastos de alguna cuantía, harto sabido es; imos no por ello pierden de su fuerza, en mi humilde entender, las razones consignadas, ni son y deben ser ménos atendibles. Cabe, si no en todo, mejorar en parte las condiciones del teatro del Príncipe: cabe dulcificar las obligaciones á que ha de sujetarse la Empresa que, más atenta al interés del arte que al suyo propio, desee sostener las respetables tradiciones de la escena patria.

El alquiler del local— ántes gratuito —lo crecido de este y de otros muchos gastos; las desventajas que á más del precio de arriendo sufre la Empresa, y otras várias circunstancias que no son de este lugar ni de mi incumbencia el exponer, debieran ocupar la atencion predilecta de gobernantes y gobernados, de artistas y amantes del arte. De cuantos desean y quieren que el coliseo del Príncipe, que el teatro Español, cuya esfera artística, como la terráquea, es oriente por donde alborean tantos ingenios, y occidente por donde terminan su radiante curso tantos soles, pueda con entero desembarazo y libre accion representar con alguna frecuencia y toda propiedad las mejores creaciones de nuestro gloriosísimo teatro y prestar digna cuna á las que nazcan de nuevas y robustas inteligencias.

Luis Alfonso.