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LA ISLA DEL TESORO

Antes de que hubiera hecho gran cosa para complacerlo, él había caído ya de espaldas, en su posición anterior, en la cual permaneció silencioso por algún rato.

—Jim, me dijo al cabo, ¿viste hoy á ese marinero?

—¿Á Black Dog? le pregunté.

—¡Ah! ¡Black Dog! exclamó él. Black Dog es un perverso, pero hay alguien peor que lo obliga á serlo. Ahora bien, si no me es posible marcharme de aquí, de ninguna manera, y si me envían el disco negro, acuérdate que lo que ellos buscan es mi viejo cofre de á bordo... Montas en un caballo.. ¿lo harás, no es cierto?... montas en un caballo y vas á ver... pues, sí... no tiene remedio... á ese eterno Doctor del diablo, y le dirás que se dé prisa á reunir á todas sus gentes... magistrados y cosas por el estilo... y que haga rumbo con ellos y los traiga aquí á bordo del “Almirante Benbow”... lo mismo que á todo lo que haya quedado de la vieja tripulación de Flint, hombres y grumetes. Yo fuí primer piloto, sí, primer piloto del viejo Capitán Flint, y soy el único que conoce el sitio verdadero. Él me lo descubrió en Savannah, cuando estaba, como yo he estado hoy, próximo á la muerte. Pero tú no los denunciarás á menos que logren hacerme llegar su disco negro, ó en caso de que vuelvas á ver á ese Black Dog otra vez, ó á un marinero con una pierna sola... á este sobre todos, Jim!

—Pero ¿qué significa eso del disco negro, Capitán? le pregunté.

—Esto no es más que una advertencia, chico, me contestó. Yo te lo explicaré si ellos logran lo que quieren. Entretanto, Jim, ten siempre tu ojo alerta y por mi honor te juro que tú serás mi socio á partes iguales.