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PÓLVORA Y ARMAS

punto y rumbo que me designase el contratante. Hasta allí todo estaba bueno. Pero ahora me encuentro con que todos y cada uno de los hombres de la tripulación, saben mucho más que yo acerca de nuestro viaje. Yo no puedo calificar esto de recto ni de natural; ¿tengo razón?

—Sí, sí la tiene Vd., dijo el Doctor.

—En seguida he sabido, por mis propios marinos, que vamos en busca de un tesoro—no olvide Vd. que son ellos los que me lo hacen saber. Ahora bien, eso de tesoro es cosa que tiene sus peligros. Á mí no me gustan viajes de tesoros por ningún motivo, más cuando son secretos, y sobre todo—perdóneme el Sr. Trelawney—cuando el tal secreto ha sido confiado al loro.

—¿Al loro de Silver?, preguntó el Caballero.

—He hablado en sentido figurado. Quiero decir que ha sido divulgado. Yo tengo la creencia de que ninguno de Vds., caballeros, sabe bien en lo que se ha metido. Les diré, pues, mí opinión lisa y llana: este es asunto de vida ó muerte y un albur positivamente delicado.

—Así lo veo yo, dijo el Doctor, y me parece que es tan claro como cierto. Estamos á las contingencias, aunque no nos encontramos tan en tinieblas como Vd. lo supone. Pero añadió Vd. también que no le gusta la tripulación, ¿cree Vd. que los nuestros no son verdaderos marinos?

—No me agradan, señor, insistió el Capitán Smollet. Me parece que se me debió haber dejado elegir mis hombres, yendo á una expedición como la que vamos.

—Quizás tenga Vd. razón, replicó el Doctor. Tal vez hubiera sido mejor que mi amigo hubiera hecho su elección de acuerdo con Vd. Pero puede creer que la