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Mas al traer sus luces nueva aurora
A la orilla me acerco y de rodillas
Imploro de los Dioses la asistencia.
En seguida, entre todos mis secuaces
Los tres escojo cuyo brio y alma
Puedan mas merecer mi confianza.
La Ninfa entonces de las olas saca
Cuatro pieles de Focas y en la arena
Para escondernos los cuatro hoyos labra.
A ella nos llegamos y, con tiento,
Nos cobija en los fondos y nos tapa
Con la tumida escama de las Focas.
¡Horrible paso! de estas sucias pieles
Los fétidos olores nos mataban,
Que no hay quien sufra tan fecal miasma.
En tal apuro nos valió la Diosa:
Una esencia inmortal nos proporciona
Que los sentidos todos nos ensalma,
El fetor se disipa con su aroma
Y así, tranquilos, toda la mañana
Pacientes resistimos, sin faltarnos
Del anhelado triunfo la confianza.
Los acuátíles monstruos, al fin, salen
Y en la orilla se tienden hilerados.
Al señalar el sol su curso medio
El Númen aparece y, cuidadoso,
Las filas de su tropa recorriendo,
La cuenta toda y, sin sospecha alguna,
Nos numera á nosotros los primeros.
El mismo al fin se tiende; repentinos
Entonces, dando un grito le acosamos
Cíñíéndole con fuerza en nuestros brazos.
Fiel á su astucia rara, de consuno
En leon se transforma, en tigre, en drago,
En jabalí espantoso; en árbol crece,
En agua se difunde; mas osados,
Nosotros nuestro esfuerzo redoblamos