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La anciana Eurimedusa la esperaba
Teniéndola un gran fuego prevenido.
En Egipto naciera aquesta sierva;
Por un buque de Facios cautivada,
Sus dueños en presente al rey la dieron
Quien de su hija le fió la infancia;
Y mas tarde, empleada en su servicio,
El mas síncero atan la prodigaba.
Ulises los instantes ha contado,
Calculando con pulso su partida
Por el paso que lleva la princesa.
A marchar se dispone; mas Minerva
Para ocultarle á la indiscreta vista
De los curiosos Facios, á su ruedo
El aire ha condensado de manera
Que en una espesa nube se halla oculto.
Parte veloz y pronto al muro llega.
Allí á sus ojos Palas se presenta
En una hermosa virgen transformada,
Que en el hombro apoyada una urna lleva.
Ante el héroe se para y él la dice:
«Hija mia piadosa ¿no quisieras
Mis pasos dirigir á la morada
De Alcinó que es el gefe de estos pueblos?
Un estrangero soy desventurado
Que de lejanas tierras ha venido;
Nadie conozco aquí, ni en todo el reino.»
«Sí padre, le responde; sin gran pena
Esta mansion te mostraré, que lejos
De la nuestra no está. Seguirme debes
Sin desplegar el labio. Yo tus pasos
Precederé; mas no preguntes cosa
Ni hables á ser humano; nuestro pueblo
No tiene afecto alguno al estrangero.
El que de afuera viene aquí no encuentra
Ni atencion ni amistad. Son orgullosos,
Porque Neptuno su valor protege,