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En el alcázar del señor de Olimpo.
Sentado en medio de esta escelsa corte;
Y á la fatal idea conmovido
De la muerte de Egisto, que inmolara
De Orestes el furor; el Padre inmenso
De los seres divinos y mortales,
Severo, estos acentos prouunciaba:
« ¿Pues qué? ¿será, celestes potestades,
Que siempre los humanos infelices
Acusen á los Dioses? Segun ellos
Nosotros sus desdichas promovemos
Cuando, mas que en las leyes del Destino,
Sus penas estan solo en su demencia
Tal Egisto, retando su fortuna,
De Atrida ha seducido la consorte,
Degollando al esposo ferozmente
Al tiempo que tomaba á sus Estados.
No le arredró el aspecto de la muerte
Que agoraba á su ardor nuestro cuidado:
Guarda, le dijo nuestro fiel Mercurio ,
¡Oh! guárdate jamas de asesinarle
Y guarda de formar culpables lazos.
Cuando la edad sus brios robustezca
Orestes mismo, el hijo del Atrida
La pena te dará, al pedir, osado,
El solio que ocuparon sus abuelos.
Tal habló el mensagero, y sordo Egisto
De la benevolencia á los consejos,
¡Perece en espiacion de su delito! »
— « ¡Oh hijo de Saturno! le responde
Minerva sabia ¡oh padre! aquesta muerte[1]

  1. Algunos traductores dan á Minerva el epiteto de Diosa de ojos de Azur, ojos relumbrantes; Madama, Dacier, Bitaubé y Dugas-Montbel no lo ponen. Nosotros, en general, confesamos que no hemos andado muy escrupulosos en cuanto a la exactitud de los epitetos de Homero, al considerar que muchos de ellos son intraducibles, otros ridículos en nuestro idioma, y los mas de un significado tan