A tu prudencia mi cariño fia
Nuestros mas apreciados intereses.
Luego que salga el sol verás la fama
Por la ciudad entera ir pregonando
La muerte de esos viles insolentes
Que la justicia mía ha castigado.
Tú, tranquila en tu estancia con tus siervas,
Ni te muestres, ni inquieras cosa alguna,
Ni mirar 0ses en la casa agena.»
Ha dicho, y al instante el hombro carga
Con su pesada y límpida armadura.
A Telémaco manda y á sus fieles
Pastores que tambíen sus pechos cubran.
Los tres su ley acatan: las corazas
Visten y ciñen todos sus espadas.
Abren luego las puertas del palacio
Y sin demora salen. A su frente
Marcha Ulises. Ya el sol la tierra esmalta
Con sus fulgentes rayos; mas, Minerva
Bajo una densa nube les esconde,
Y por ella en tal trance,
En breve dejan la ciudad distante.
Mercurio, que es el Dios de los Cilenos,[2]
A las umbrosas playas del Averno