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Como á tu padre proteger la vimos
En la playa á nosotros tan aciaga!
¡Ah, jamás á un mortal los sacros Dioses
Tanto afecto mostraron, cual de Palas
Fué para Ulises el potente ausilio
Y su angosta presencia tutelaria!
Si tan tierno interes á tí la uniera,
¡Oh! mas de uno de aquesos pretensores
Fácilmente olvidara el himeneo,
Objeto de sus ansias codiciosas. »
— « Harto dices, señor; tan altas miras,
Telémaco responde, en mi no caben,
Ni sé cómo sostenga tal idea.
¡Oh nó! aunque los Dioses lo consientan
Jamás nutrir podré tal esperanza. »
La Diosa entonces con severo acento:
« Telémaco, ¿cuál voz formó tu labio,
Dice; pues, cómo ignoras que los cielos
Desde los centros pueden mas remotos
Un ser mortal llamar, y de los riesgos
Mas ásperos salvarle sin gran pena?
Si á mi tocara, fuérame mas grato
A costa de durisimos trabajos
A la patria tornar, que infame muerte
Hallar en mi palacio, cual Atrída
Que al golpe sucumbió de Egisto infame
Con la adúltera esposa conjurado.
¿Qué importan las fatigas? en fin piensa
Que los supremos Dioses, ellos mismos
Al mortal que protegen no pudieran
La muerte dispensar, pues, ley de todos,
Fuerza es sufrirla cuando la hora llega. »
« ¡Oh no mas, no mas, Mentor! rechacemos,
Telémaco replica, tal materia
Que harto conforme a mis angustias siento.
¡Ah que no hay ya como mi padre vuelva!
Los Dioses su destino prefijaron