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Está de la intemperie guarecido.
Pisistrato y Telémaco, entre tanto,
En el palacio son introducidos.
Deslumbrados los ojos les parecen
A vista tal: cuál brillo! cuál riqueza!
Es el templo del sol, ó de Febea
La sagrada mansion, que del hermano
Al rayo resplandece. A tal encanto
Les arranca, por fin, otro cuidado:
Un baño les aguarda; las esclavas,
Jóvenes y lozanas, en sus miembros
Perfumes vierten, y en tejidos finos
De hermosa lana luego les envuelven,
Y los visten con túnícas soberbias.
Otra doncella un jarro de oro puro
Presenta y en sus manos va vertiendo
El agua cristalina que recoge
Una cubeta de bruñida plata.
Puesta la mesa, una muger anciana
En anchas fuentes trae los manjares
Que á su custodia tiene, y copas de oro
A su lado coloca. Menelao,
La mano al presentarles: « Probad, dice,
De la hospitalidad los dulces dones
Y compartid mis goces. Cuando el brio
Recobrado sintais, ley será vuestra
Declarar vuestros deudos. No, sin duda,
No sois de oscura ni ignorada estirpe;
De reyes vuestro origen ser es fuerza,
Que vulgar sangre nunca formar pudo
Hombres cuales mi juicio os considera. »
Dice y les sirve de su propia mano
Un lomo que le estaba destinado.
Anhelosos admiten este ausilio
Y ávidamente el dulce néctar beben,
Que en sus doradas copas chispeaba.
Saciadas de Natura aquestas leyes,