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Un Dios del mar potente, cuyo agüero,
De incontrastable efecto, nunca falla,
Y lo haré sin enmienda y sin falacia.
Ardia el pecho mio del deseo
De volver á la patria; mas los Dioses
Me detuvieron en la egipcia playa,
Porque las prometidas hecatombas
Mi perezosa fe no ejecutaba;
Los Númenes exigen que á sus votos
Se muestren siempre fieles los mortales.
En medio de una mar siempre tremenda
Al frente del Egipto una isla surge
Que Faro se apellida y que la tierra
A tal distancia mira que una nave,
De favorables vientos impelida,
Correrla no pudiera en solo un dia.
Allí se encuentra un venturoso puerto
Que al navegante el agua facilita.
Los Númenes en ella me tuvieron
En tanto que once vueltas el sol diera.
Un hálito los vientos no enviaron
Que á nuestros remadores ayudara
Y que guiarnos en la mar pudiese.
Ya el sustento mirábamos exhausto;
De hambre y tedio mi gente perecia
Si una Deidad piadosa, una mirada
No echase sobre mí y no nos salvara.
Idotea la ninfa, hija benigna
De Proteo que es Númen de los mares,
De mi apiadada, apareció á mi vista.
Desesperado y solo me encontraba;
Mis tristes compañeros, moribundos,
En los riscos del mar, con sus anzuelos,
A las olas pedían un sustento.
A mí llega la Diosa y, ¡pobre, dice
Infeliz estrangero! ¡qué demencia
Y cuál de tus sentidos abandono!