sus viviendas respectivas, dejando ver en todas sus frases cierto espiritu de vanidad y de soberbia.
Queriendo la rana que su interlocutor y huésped viese por sus propios ojos y admirase la grandeza y maravillas de su morada, le ofreció conducirło sobre sus hombros; y una vez aceptada invitación tan generosa, saltó el ratón sobre el cuerpo de la rana, y después de colocarse y asegurarse lo mejor que pudo, viósele cruzar regocijado las ondas, sin que le turbase el menor recelo. Percances y averias que no era para él ni preverlas, ni mucho menos remediarlas, ocasionaron muy en breve su naufragio; y aquel infeliz, víctima de su insensata curiosidad, vino à morir en medio de las aguas, no sin haber pasado por la más horrible agonia.
Noticiosos los ratones del suceso, y dejándose llevar de su cólera, desafian sin más averiguaciones á las ranas, estallando entre uno y otro pueblo la guerra más espantosa, en la cual, así como en las guerras heroicas cantadas en los poemas grandes y serios, tuvieron su intervención las divinidades del Olimpo. Júpiter, que antes de sonar la hora del combate se mostraba dispuesto á ayudar y defender å los ratones, viendo después que llevaban lo peor las ranas, se declaró su protector, y tentados inútilmente otros recursos, envió por fin en su socorro una hueste de animales tan raros y monstruosos en su figura, como formidables por sus armas y agre-