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LA ODISEA

ente hijo de Laertes, pues Minerva difundió la gracia por la cabeza y los hombros de Ulises é hizo que pareciese más alto y más grueso para que á todos los feacios les fuera grato, temible y venerable, y llevara á término los muchos juegos con que éstos habían de probarlo. Y no bien acudieron los ciudadanos, una vez reunidos todos, Alcínoo les arengó de esta manera:

26 «¡Oídme, caudillos y príncipes de los feacios, y os diré lo que en el pecho mi corazón me dicta! Este forastero, que no sé quién es, llegó errante á mi palacio—ya venga de los hombres de Oriente, ya de los de Occidente—y nos suplica con mucha insistencia que tomemos la firme resolución de llevarlo á su patria. Apresurémonos, pues, á conducirle, como anteriormente lo hicimos con tantos otros; ya que ninguno de los que vinieron á mi casa, hubo de estar largo tiempo suspirando por la vuelta. Ea, pues, botemos al mar divino una negra nave sin estrenar y escójanse de entre el pueblo los cincuenta y dos mancebos que hasta aquí hayan sido los más excelentes. Y, atando bien los remos á los bancos, salgan de la embarcación y aparejen en seguida un convite en mi palacio; que á todos lo he de dar muy abundante. Esto mando á los jóvenes; pero vosotros, reyes portadores de cetro, venid á mi hermosa mansión para que festejemos en la sala á nuestro huésped. Nadie se me niegue. Y llamad á Demódoco, el divino aedo á quien los númenes otorgaron gran maestría en el canto para deleitar á los hombres, siempre que á cantar le incita su ánimo.»

46 Cuando así hubo hablado, se puso en marcha; siguiéronle los reyes, portadores de cetro, y el heraldo fué á llamar al divinal aedo. Los cincuenta y dos jóvenes elegidos, cumpliendo la orden del rey, enderezaron á la ribera del estéril mar; y, en llegando á do estaba la negra embarcación, echáronla al mar profundo, pusieron el mástil y el velamen, y ataron los remos con correas, haciéndolo todo de conveniente manera. Extendieron después las blancas velas, anclaron la nave donde el agua era profunda, y acto continuo se fueron á la gran casa del prudente Alcínoo. Llenáronse los pórticos, el recinto de los patios y las salas con los hombres que allí se congregaron; pues eran muchos, entre jóvenes y ancianos. Para ellos inmoló Alcínoo doce ovejas, ocho puercos de albos dientes y dos flexípedes bueyes: todos fueron desollados y preparados, y aparejóse una agradable comida.

62 Compareció el heraldo con el amable aedo á quien la Musa quería extremadamente y le había dado un bien y un mal: privóle de