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CANTO OCTAVO

dores, sino muy ligeros en el correr y excelentes en gobernar las naves; y siempre nos placen los convites, la cítara, los bailes, las vestiduras limpias, los baños calientes y la cama. Pero, ea, danzadores feacios, salid los más hábiles á bailar; para que el huésped diga á sus amigos, al volver á su morada, cuánto sobrepujamos á los demás hombres en la navegación, la carrera, el baile y el canto. Y vaya alguno en busca de la cítara, que quedó en nuestro palacio, y tráigala presto á Demódoco.»

256 Tal dijo el deiforme Alcínoo. Levantóse el heraldo y fué á traer del palacio del rey la hueca cítara. Alzáronse también nueve jueces, que habían sido elegidos entre los ciudadanos y cuidaban de todo lo referente á los juegos; y al instante allanaron el piso y formaron un ancho y hermoso corro. Volvió el heraldo y trajo la melodiosa cítara á Demódoco; éste se puso en medio y los adolescentes hábiles en la danza, habiéndose colocado á su alrededor, hirieron con los pies el divinal circo. Y Ulises contemplaba con gran admiración las rápidas mudanzas que con los pies hacían.

266 Mas el aedo, pulsando la cítara, empezó á cantar hermosamente los amores de Marte y Venus, la de bella corona: cómo se unieron á hurto y por vez primera en casa de Vulcano, y cómo aquél hizo muchos regalos é infamó el lecho marital del soberano dios. El Sol, que vió el amoroso ayuntamiento, fué en seguida á contárselo á Vulcano; y éste, al oir la punzante nueva, se encaminó á su fragua, agitando en lo íntimo de su alma propósitos siniestros, puso encima del tajo el enorme yunque, y fabricó unos lazos irrompibles para que permanecieran firmes donde los dejara. Después que, poseído de cólera contra Marte, construyó este engaño, fuése á la habitación en que tenía el lecho y extendió los lazos en círculo y por todas partes alrededor de los pies de la cama y colgando de las vigas; como tenues hilos de araña que nadie hubiese podido ver, aunque fuera alguno de los bienaventurados dioses, por haberlos labrado aquél con gran artificio. Y no bien acabó de sujetar el engaño en torno de la cama, fingió que se encaminaba á Lemnos, ciudad bien construída, que es para él la más agradable de todas las tierras. No en balde estaba al acecho Marte, que usa áureas riendas; y cuando vió que Vulcano, el ilustre artífice, se alejaba, fuése al palacio de este ínclito dios, ávido del amor de Citerea, la de hermosa corona. Venus, recién venida de junto á su padre, el prepotente Saturnio, se hallaba sentada; y Marte, entrando en la casa, tomóla de la mano y así le dijo: