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vellón, que venía de pacer, é hizo entrar en la espaciosa gruta á todas las pingües reses, sin dejar á ninguna dentro del recinto; ya porque sospechase algo, ya porque algún dios así se lo ordenara. Cerró la puerta con el pedrejón, que llevó á pulso; sentóse, ordeñó las ovejas y las baladoras cabras, todo como debe hacerse, y á cada una le puso su hijito. Acabadas con prontitud tales cosas, agarró á otros dos de mis amigos y con ellos se aparejó la cena. Á la hora lleguéme al Ciclope y, teniendo en la mano una copa de negro vino, le hablé de esta manera:

347 «Toma, Ciclope, bebe vino, ya que comiste carne humana, á fin de que sepas qué bebida se guardaba en nuestro buque. Te lo traía para ofrecer una libación en el caso de que te apiadases de mí y me enviaras á mi casa, pero tú te enfureces de intolerable modo. ¡Cruel! ¿Cómo vendrá en lo sucesivo ninguno de los muchos hombres que existen, si no te portas como debieras?»

353 »Así le dije. Tomó el vino y bebióselo. Y gustóle tanto el dulce licor que me pidió más:

355 «Dame de buen grado más vino y hazme saber inmediatamente tu nombre para que te ofrezca un don hospitalario con el cual te huelgues. Pues también á los Ciclopes la fértil tierra les proporciona vino en gruesos racimos, que crecen con la lluvia enviada por Júpiter; mas esto se compone de ambrosía y néctar.»

360 »De tal suerte habló, y volví á servirle el negro vino: tres veces se lo presenté y tres veces bebió incautamente. Y cuando los vapores del vino envolvieron la mente del Ciclope, díjele con suaves palabras: «¡Ciclope! Preguntas cuál es mi nombre ilustre, y voy á decírtelo; pero dame el presente de hospitalidad que me has prometido. Mi nombre es Nadie; y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos.»

368 »Así le hablé; y en seguida me respondió, con ánimo cruel: «Á Nadie me lo comeré el último, después de sus compañeros, y á todos los demás antes que á él: tal será el don hospitalario que te ofrezca.»

371 »Dijo, tiróse hacia atrás y cayó de espaldas. Así echado, dobló la gruesa cerviz y vencióle el sueño, que todo lo rinde: Salíale de la garganta el vino con pedazos de carne humana, y eructaba por estar cargado de bebida. Entonces metí la estaca debajo del abundante rescoldo, para calentarla, y animé con mis palabras á todos los compañeros: no fuera que alguno, poseído de miedo, se retirase. Mas cuando la estaca de olivo, con ser verde, estaba á punto de ar-