Página:La Odisea (Luis Segalá y Estalella).pdf/135

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
135
CANTO DÉCIMO

en el palacio de Circe, entre un espeso encinar y una selva. Á la hora que divisé el negro humo, se me ocurrió en la mente y en el ánimo ir yo mismo á enterarme; mas, considerándolo bien, parecióme mejor tornar á la orilla, donde se hallaba la velera nao, disponer que comiesen mis compañeros y enviar á algunos para que se informaran. Emprendí la vuelta, y ya estaba á poca distancia del corvo bajel, cuando algún dios me tuvo compasión al verme solo, y me hizo salir al camino un gran ciervo de altos cuernos; que desde el pasto de la selva bajaba al río para beber, pues el calor del sol le había entrado. Apenas se presentó, acertéle con la lanza en el espinazo, en medio de la espalda, de tal manera que el bronce lo atravesó completamente. Cayó el ciervo, quedando tendido en el polvo, y perdió la vida. Lleguéme á él y saquéle la broncínea lanza, poniéndola en el suelo; arranqué después varitas y mimbres, y formé una soga como de una braza, bien torcida de ambas partes, con la cual pude atar juntos los pies de la enorme bestia. Me la colgué al cuello y enderecé mis pasos á la negra nave, apoyándome en la pica; ya que no hubiera podido sostenerla en la espalda con sólo la otra mano, por ser tan grande aquella pieza. Por fin la dejé en tierra, junto á la embarcación; y comencé á animar á mis compañeros, acercándome á los mismos y hablándoles con dulces palabras:

174 «¡Amigos! No descenderemos á la morada de Plutón, aunque nos sintamos afligidos, hasta que nos llegue el día fatal. Mas, ea, en cuanto haya víveres y bebida en la embarcación, pensemos en comer y no nos dejemos consumir por el hambre.»

178 »Así les dije; y, obedeciendo al instante mis palabras, quitáronse la ropa con que se habían tapado allí, en la playa del mar estéril, y admiraron el ciervo, pues era grandísima aquella pieza. Después que se hubieron deleitado en contemplarlo con sus propios ojos, laváronse las manos y aparejaron un banquete espléndido. Y ya todo el día, hasta la puesta del sol, estuvimos sentados, comiendo carne en abundancia y bebiendo dulce vino. Cuando el sol se puso y llegó la noche, nos acostamos en la orilla del mar. Pero, no bien se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, reuní en junta á mis amigos y les hablé de esta manera:

189 «Oíd mis palabras, compañeros, aunque padezcáis tantos males. ¡Oh amigos! Ya que ignoramos dónde está el poniente y el sitio en que aparece la Aurora, por dónde el Sol, que alumbra á los mortales, desciende debajo de la tierra, y por dónde vuelve á salir; examinemos prestamente si nos será posible tomar alguna resolu-