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LA ODISEA

ción, aunque yo no lo espero; mas, desde escarpada altura contemplé esta isla, que es baja y á su alrededor forma una corona el ponto inmenso, y con mis propios ojos vi salir humo de en medio de la misma, á través de los espesos encinares y de la selva.»

198 »Tal dije. Á todos se les quebraba el corazón, acordándose de los hechos del lestrigón Antífates y de las violencias del feroz Ciclope, que se comía á los hombres, y se echaron á llorar ruidosamente, vertiendo abundantes lágrimas; aunque para nada les sirvió su llanto.

203 »Formé con mis compañeros de hermosas grebas dos secciones, á las que di sendos capitanes; pues yo me puse al frente de una y el deiforme Euríloco mandaba la otra. Echamos suertes en broncíneo yelmo y, como saliera la del magnánimo Euríloco, partió con veintidós compañeros que lloraban; y nos dejaron á nosotros, que también sollozábamos. Dentro de un valle y en lugar visible descubrieron el palacio de Circe, construído de piedra pulimentada. En torno suyo encontrábanse lobos montaraces y leones, á los que Circe había encantado, dándoles funestas drogas; pero estos animales no acometieron á mis hombres, sino que, levantándose, fueron á halagarles con sus colas larguísimas. Como los perros halagan á su amo siempre que vuelve del festín, porque les trae algo que satisface su apetito; de tal manera los lobos, de uñas fuertes, y los leones fueron á halagar á mis compañeros, que se asustaron de ver tan espantosos monstruos. En llegando á la mansión de la diosa de lindas trenzas, detuviéronse en el vestíbulo y oyeron á Circe que con voz pulcra cantaba en el interior, mientras labraba una tela grande, divinal y tan fina, elegante y espléndida, como son las labores de las diosas. Y Polites, caudillo de hombres, que era para mí el más caro y respetable de los compañeros, empezó á hablarles de esta manera:

226 «¡Oh amigos! En el interior está cantando hermosamente alguna diosa ó mujer que labra una gran tela, y hace resonar todo el pavimento. Llamémosla cuanto antes.»

229 »Así les dijo; y ellos la llamaron á voces. Circe se alzó en seguida, abrió la magnífica puerta, los llamó y siguiéronla todos imprudentemente; á excepción de Euríloco, que se quedó fuera por temor de algún engaño. Cuando los tuvo dentro, los hizo sentar en sillas y sillones, confeccionó un potaje de queso, harina y miel fresca con vino de Pramnio, y echó en él drogas perniciosas para que los míos olvidaran por completo la tierra patria. Dióselo, bebieron, y, seguidamente, los tocó con una varita y los encerró en po-