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LA ODISEA

325 «¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres? Me tiene suspensa que hayas bebido estas drogas sin quedar encantado, pues ningún otro pudo resistirlas, tan luego como las tomó y pasaron el cerco de sus dientes. Hay en tu pecho un ánimo indomable. Eres sin duda aquel Ulises de multiforme ingenio, de quien me hablaba siempre el Argicida, que lleva áurea vara, asegurándome que vendrías cuando volvieses de Troya en la negra y velera nave. Mas, ea, envaina la espada y vámonos á la cama para que, unidos por el lecho y el amor, crezca entre nosotros la confianza.»

336 »Así se expresó; y le repliqué diciendo: «¡Oh Circe! ¿Cómo me pides que te sea benévolo, después que en este mismo palacio convertiste á mis compañeros en cerdos y ahora me detienes á mí, maquinas engaños y me ordenas que entre en tu habitación y suba á tu lecho á fin de privarme del valor y de la fuerza, apenas deje las armas? Yo no querría subir á la cama, si no te atrevieras, oh diosa, á prestar solemne juramento de que no maquinarás contra mí ningún otro pernicioso daño.»

345 »Así le dije. Juró al instante, como se lo mandaba. Y en seguida que hubo prestado el juramento, subí al magnífico lecho de Circe.

348 »Aderezaban el palacio cuatro siervas, que son las criadas de Circe y han nacido de las fuentes, de los bosques, ó de los sagrados ríos que corren hacia el mar. Ocupábase una en cubrir los sillones con hermosos tapetes de púrpura, dejando á los pies un lienzo; colocaba otra argénteas mesas delante de los asientos, poniendo encima canastillos de oro; mezclaba la tercera el dulce y suave vino en una cratera de plata y lo distribuía en áureas copas; y la cuarta traía agua y encendía un gran fuego debajo del trípode donde aquélla se calentaba. Y cuando el agua hirvió dentro del reluciente bronce, llevóme á la bañera y allí me lavó, echándome la deliciosa agua del gran trípode á la cabeza y á los hombros hasta quitarme de los miembros la fatiga que roe el ánimo. Después que me hubo lavado y ungido con pingüe aceite, vistióme un hermoso manto y una túnica, y me condujo, para que me sentase, á una silla de argénteos clavos, hermosa, labrada y provista de un escabel para los pies. Una esclava dióme aguamanos que traía en magnífico jarro de oro y vertió en fuente de plata y me puso delante una pulimentada mesa. La veneranda despensera trajo pan, y dejó en la mesa buen número de manjares, obsequiándome con los que tenía reser-