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LA ODISEA

dad, á la áspera Ítaca donde nacieron y se criaron. Y, sollozando, estas aladas palabras me decían:

419 «Tu vuelta, oh alumno de Júpiter, nos alegra tanto como si hubiésemos llegado á Ítaca, nuestra patria tierra. Mas, ea, cuéntanos la pérdida de los demás compañeros.»

422 »De tal suerte se expresaron. Entonces les dije con suaves palabras: «Primeramente saquemos la nave á tierra firme y llevemos á las grutas nuestras riquezas y los aparejos todos; y después apresuraos á seguirme juntos para que veáis cómo los amigos beben y comen en la sagrada mansión de Circe, pues todo lo tienen en gran abundancia.»

428 »Así les hablé; y al instante obedecieron mi mandato. Euríloco fué el único que intentó detener á los compañeros, diciéndoles estas aladas palabras:

431 «¡Ah infelices! ¿Adónde vamos? ¿Por qué buscáis vuestro daño, yendo al palacio de Circe que á todos nos transformará en puercos, lobos ó leones para que le guardemos, mal de nuestro grado, su espaciosa mansión? Se repetirá lo que ocurrió con el Ciclope cuando los nuestros llegaron á su cueva con el audaz Ulises y perecieron por la loca temeridad del mismo.»

438 »De tal modo habló. Yo revolvía en mi pensamiento desenvainar la espada de larga punta, que llevaba á un lado del vigoroso muslo y de un golpe echarle la cabeza al suelo, aunque Euríloco era deudo mío muy cercano; pero me contuvieron los amigos, unos por un lado y otros por el opuesto, diciéndome con dulces palabras:

443 «¡Alumno de Júpiter! Á éste lo dejaremos aquí, si tú lo mandas, y se quedará á guardar la nave; pero á nosotros llévanos á la sagrada mansión de Circe.»

446 »Hablando así, alejáronse de la nave y del mar. Y Euríloco no se quedó cerca del cóncavo bajel; pues fué siguiéndonos, amedrentado por mi terrible amenaza.

449 »En tanto Circe lavó cuidadosamente en su morada á los demás compañeros, los ungió con pingüe aceite, les puso lanosos mantos y túnicas; y ya los hallamos celebrando alegre banquete en el palacio. Después que se vieron los unos á los otros y contaron lo ocurrido, comenzaron á sollozar y la casa resonaba en torno suyo. La divina entre las diosas se detuvo entonces á mi lado y me habló de esta manera:

456 «¡Laertíada, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! Ahora dad tregua al copioso llanto: sé yo también cuántas fatigas