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LA ODISEA

pingües ovejas del sol, que todo lo ve y todo lo oye. Si las dejares indemnes, ocupándote tan sólo en preparar tu vuelta, aún llegaríais á Ítaca, después de soportar muchas fatigas; pero, si les causares daño, desde ahora te anuncio la perdición de la nave y la de tus amigos. Y aunque tú te libres, llegarás tarde y mal, habiendo perdido todos los compañeros, en nave ajena, y hallarás en tu palacio otra plaga: unos hombres soberbios, que se comen tus bienes y pretenden á tu divinal consorte, á la cual ofrecen regalos de bodas. Tú, en llegando, vengarás sus demasías. Mas, luego que en tu mansión hayas dado muerte á los pretendientes, ya con astucia, ya cara á cara con el agudo bronce, toma un manejable remo y anda hasta que llegues á aquellos hombres que nunca vieron el mar, ni comen manjares sazonados con sal, ni conocen las naves de encarnadas proas, ni tienen noticia de los manejables remos que son como las alas de los buques. Para ello te diré una señal muy manifiesta, que no te pasará inadvertida. Cuando encontrares otro caminante y te dijere que llevas un aventador sobre el gallardo hombro, clava en tierra el manejable remo, haz al soberano Neptuno hermosos sacrificios de un carnero, un toro y un verraco, y vuelve á tu casa, donde sacrificarás sagradas hecatombes á las deidades que poseen el anchuroso cielo, á todas por su orden. Te vendrá más adelante y lejos del mar, una muy suave muerte, que te quitará la vida cuando ya estés abrumado por placentera vejez; y á tu alrededor los ciudadanos serán dichosos. Cuanto te digo es cierto.»

138 »Así se expresó; y yo le respondí: «¡Tiresias! Esas cosas decretáronlas sin duda los propios dioses. Mas, ea, habla y responde sinceramente. Veo el alma de mi difunta madre, que está silenciosa junto á la sangre, sin que se atreva á mirar frente á frente á su hijo ni á dirigirle la voz. Dime, oh rey, cómo podrá reconocerme.»

145 »Así le hablé; y al punto me contestó diciendo: «Con unas sencillas palabras que pronuncie te lo haré entender. Aquel de los difuntos á quien permitieres que se acerque á la sangre, te dará noticias ciertas; aquel á quien se lo negares, se volverá en seguida.»

150 »Diciendo así, el alma del rey Tiresias se fué á la morada de Plutón apenas hubo proferido los oráculos. Mas yo me estuve quedo hasta que vino mi madre y bebió la negra sangre. Reconocióme en el acto y díjome entre sollozos estas aladas palabras:

155 «¡Hijo mío! ¿Cómo has bajado en vida á esta obscuridad tenebrosa? Difícil es que los vivientes puedan contemplar estos luga-