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CANTO UNDÉCIMO

tériles las uniones de los inmortales. Cuídalos y críalos. Ahora vuelve á tu casa y abstente de nombrarme, pues sólo para ti soy Neptuno, que sacude la tierra.» Cuando esto hubo dicho, sumergióse en el agitado ponto. Tiro quedó encinta y parió á Pelias y á Neleo, que habían de ser esforzados servidores del gran Júpiter; y vivieron Pelias, rico en ganado, en la extensa Yaolco, y Neleo, en la arenosa Pilos. Además, la reina de las mujeres tuvo de Creteo otros hijos: Esón, Feres y Amitaón, que combatía en carro.

260 »Después vi á Antíope, hija de Asopo, que se gloriaba de haber dormido en brazos de Júpiter. Parió dos hijos—Anfión y Zeto—los primeros que fundaron y torrearon á Tebas, la de las siete puertas; pues no hubiesen podido habitar aquella vasta ciudad desguarnecida de torres, no obstante ser ellos muy esforzados.

266 »Después vi á Alcmena, esposa de Anfitrión, la cual del abrazo de Júpiter tuvo al fornido Hércules, de corazón de león; y luego parió á Megara, hija del animoso Creonte, que fué la mujer del Anfitriónida, de valor indómito.

271 »Vi también á la madre de Edipo, la bella Epicasta, que cometió inconscientemente una gran falta, casándose con su hijo; pues éste, luego de matar á su propio padre, la tomó por esposa. No tardaron los dioses en revelar á los hombres lo que había ocurrido: y, con todo, Edipo siguió reinando sobre los cadmeos en la agradable Tebas, por los funestos designios de las deidades; mas ella, abrumada por el dolor, descendió á la morada de Plutón, de sólidas puertas, atando un lazo al elevado techo, y dejóle tantos dolores como causan las Furias de una madre.

281 »Vi igualmente á la bellísima Cloris—á quien por su hermosura tomara Neleo por esposa, constituyéndole una dote inmensa—hija menor de Anfión Yásida, el que imperaba en Orcómeno Minieo: ésta reinó en Pilos y tuvo de Neleo hijos ilustres: Néstor, Cromio y el arrogante Periclímeno. Parió después á la ilustre Pero, encanto de los mortales, que fué pretendida por todos sus vecinos; mas Neleo se empeñó en no darla sino al que le trajese de Fílace las vacas de retorcidos cuernos y espaciosa frente del robusto Ificlo; empresa difícil de llevar al cabo. Tan sólo un eximio vate prometió traérselas; pero el hado funesto de los dioses, juntamente con unas fuertes cadenas y los boyeros del campo, se lo impidieron. Mas, después que pasaron días y meses y, transcurrido el año, volvieron á sucederse las estaciones, el robusto Ificlo soltó al adivino, que le había revelado todos los oráculos, y cumplióse entonces la voluntad de Júpiter.