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CANTO DÉCIMOCUARTO

voluntad de Júpiter sobre si convendría que volviese manifiesta ó encubiertamente al rico país de Ítaca, del cual habíase ausentado hacía mucho tiempo. Y juró en mi presencia, ofreciendo libaciones en su casa, que ya habían botado al mar la nave y estaban á punto los compañeros para conducirlo á su patria tierra. Pero antes despidióme á mí, porque se ofreció casualmente una nave de marineros tesprotos que iba á Duliquio, la abundosa en trigo. Mandóles que me llevasen con toda solicitud al rey Acasto; mas á ellos les plugo tomar una perversa resolución, para que aún me cayeran encima toda suerte de desgracias é infortunios. Así que la nave surcadora del ponto, estuvo muy distante de la tierra, decidieron que hubiese llegado para mí el día de la esclavitud; y, desnudándome del manto y de la túnica que llevaba puestos, vistiéronme estos miserables harapos y esta túnica, llenos de agujeros, que ahora contemplas con tus ojos. Por la tarde vinimos á los campos de Ítaca, que se ve de lejos; en llegando, atáronme fuertemente á la nave de muchos bancos con una soga retorcida, y acto continuo saltaron en tierra y tomaron la cena á orillas del mar. Pero los propios dioses desligáronme fácilmente las ataduras; y entonces, liándome yo los harapos á la cabeza, me deslicé por el pulido timón, di á la mar el pecho, nadé con ambas manos, y muy pronto me hallé alejado de aquellos y fuera de su alcance. Salí del mar adonde hay un bosque de florecientes encinas y me quedé echado en tierra; ellos no cesaban de agitarse y de proferir hondos suspiros, pero al fin no les pareció ventajoso continuar la busca y tornaron á la cóncava nave; y los dioses me encubrieron con facilidad y me trajeron á la majada de un varón prudente porque quiere el hado que mi vida sea más larga.»

360 Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo: «¡Ah, huésped sin ventura! Me has conmovido hondamente el ánimo al relatarme tan en particular cuanto padeciste y cuanto erraste de una parte á otra. Pero no me parece que hayas hablado como debieras en lo referente á Ulises, ni me convencerás con tus palabras. ¿Qué es lo que te obliga, siendo cual eres, á mentir inútilmente? Sé muy bien á qué atenerme con respecto á la vuelta de mi señor, el cual debió de serles muy odioso á todas las deidades cuando éstas no quisieron que acabara sus días entre los teucros, ni en brazos de sus amigos después que terminó la guerra; pues entonces todos los aqueos le habrían erigido un túmulo y hubiese legado á su hijo una gloria inmensa. Ahora desapareció sin fama, arrebatado por las Harpías. Mas yo vivo apartado, cabe á los puercos, y sólo voy á la ciudad cuando la