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LA ODISEA

hermanos y compañeros son muchos en Argos, tierra criadora de corceles, y gozan de gran poder entre los aqueos; y ahora huyo de ellos, evitando la muerte y la negra Parca, porque mi hado es ir errante entre los hombres. Pero acógeme en tu bajel, ya que huyendo he venido á suplicarte: no sea que me maten, pues sospecho que soy perseguido.»

279 Respondióle el prudente Telémaco: «No te rechazaré del bien proporcionado bajel, ya que deseas embarcarte. Sígueme, y allá te trataremos amistosamente, según los medios de que dispongamos.»

282 Dicho esto, tomóle la broncínea lanza que dejó tendida en el tablado del corvo bajel; subió á la nave, surcadora del ponto, sentóse en la popa y colocó cerca de sí á Teoclímeno. Al punto soltaron las amarras. Telémaco, exhortando á sus compañeros, les mandó que aparejasen la jarcia, y obedeciéronle todos diligentemente. Izaron el mástil de abeto, lo metieron en el travesaño, lo ataron con sogas, y acto continuo extendieron la blanca vela con correas bien torcidas. Minerva, la de los brillantes ojos, envióles próspero viento que soplaba impetuoso por el aire, á fin de que el navío, corriera y atravesara lo más pronto posible la salobre agua del mar. Así pasaron por delante de Crunos y del Calcis, de hermoso caudal.

296 Púsose el sol y las tinieblas ocuparon todos los caminos. La nave, impulsada por el favorable viento de Júpiter, se acercó á Feas y pasó á lo largo de la divina Élide, donde ejercen su dominio los epeos. Y desde allá Telémaco puso la proa hacia las islas Agudas, con gran cuidado de si se libraría de la muerte ó caería preso.

301 Mientras tanto Ulises y el divinal porquerizo cenaban en la cabaña y junto con ellos los demás hombres. Y apenas satisficieron el deseo de comer y de beber, Ulises,—probando si el porquerizo aún le trataría con amistosa solicitud, mandándole que se quedara allí, en el establo, ó le incitaría á que ya se fuése á la ciudad,—les habló de esta manera:

307 «¡Oídme Eumeo y demás compañeros! Así que amanezca, quiero ir á la ciudad para mendigar y no seros gravoso ni á ti ni á tus amigos. Aconséjame bien y proporcióname un guía experto que me conduzca; y vagaré por la población, obligado por la necesidad, para ver si alguien me da una copa de vino y un mendrugo de pan. Yendo al palacio del divinal Ulises, podré comunicar nuevas á la prudente Penélope y mezclarme con los soberbios pretendientes por si me dieren de comer, ya que disponen de innumerables vian-