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CANTO DÉCIMOQUINTO

das. Yo les serviría muy bien en cuanto me ordenaren. Voy á decirte una cosa y tú atiende y óyeme: merced á Mercurio, el mensajero, el cual da gracia y fama á los trabajos de los hombres, ningún otro mortal rivalizaría conmigo en el servir, lo mismo si se tratase de amontonar debidamente la leña para encender un fuego, ó de cortarla cuando está seca, que de trinchar ó asar carne, ó bien de escanciar el vino, que son los servicios que los inferiores prestan á los grandes.»

325 Y tú, muy afligido, le hablaste de esta manera, porquerizo Eumeo: «¡Ay, huésped! ¿Cómo se te aposentó en el espíritu tal pensamiento? Quieres sin duda perecer allá, cuando te decides á penetrar por entre la muchedumbre de los pretendientes cuya insolencia y orgullo llegan al férreo cielo. Sus criados no son como tú, pues siempre les sirven jóvenes ricamente vestidos de mantos y túnicas, de luciente cabellera y de lindo rostro; y las mesas están cargadas de pan, de carnes y de vino. Quédate con nosotros, que nadie se enoja de que estés presente: ni yo, ni ninguno de mis compañeros. Y cuando venga el amado hijo de Ulises, te dará un manto y una túnica para vestirte y te conducirá adonde tu corazón y tu ánimo prefieran.»

340 Respondióle el paciente divinal Ulises: «¡Ojalá seas, Eumeo, tan caro al padre Júpiter como á mí; ya que pones término á mi fatigosa y miserable vagancia! Nada hay tan malo para los hombres como la vida errante: por el funesto vientre pasan los mortales muchas fatigas, cuando los abruman la vagancia, el infortunio y los pesares. Mas ahora, ya que me detienes, mandándome que aguarde la vuelta de aquél, ea, dime si la madre del divinal Ulises y su padre, á quien al partir dejara en los umbrales de la vejez, viven aún y gozan de los rayos del sol ó han muerto y se hallan en la morada de Plutón.»

351 Díjole entonces el porquerizo, mayoral de los pastores: «De todo, oh huésped, voy á informarte con exactitud. Laertes vive aún y en su morada ruega continuamente á Júpiter que el alma se le separe de los miembros; porque padece grandísimo dolor por la ausencia de su hijo y por el fallecimiento de su legítima y prudente esposa, que le llenó de tristeza y le ha anticipado la senectud. Ella tuvo deplorable muerte por el pesar que sentía por su glorioso hijo; ojalá no perezca de tal modo persona alguna, que, habitando en esta comarca, sea amiga mía y como á tal me trate. Mientras vivió, aunque apenada, holgaba yo de preguntarle y con-