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CANTO DÉCIMOSEXTO

154 Dijo, y dió prisa al porquero; quien tomó las sandalias y, atándoselas á los pies, se fué á la ciudad. No dejó Minerva de advertir que el porquerizo Eumeo salía de la majada; y se acercó á ésta, transfigurándose en una mujer hermosa, alta y entendida en primorosas labores. Paróse al umbral de la cabaña y se le apareció á Ulises, sin que Telémaco la viese, ni notara su llegada, pues los dioses no se hacen visibles para todos; mas Ulises la vió y también los canes, que no ladraron sino que huyeron, dando gañidos, á otro lugar de la majada. Hizo Minerva una señal con las cejas; la entendió el divino Ulises y salió de la cabaña, trasponiendo el alto muro del patio. Detúvose luego ante la deidad y oyó á Minerva que le decía:

167 «¡Laertíada, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! Habla con tu hijo y nada le ocultes, para que, después de tramar cómo daréis la muerte y el hado á los pretendientes, os vayáis á la ínclita ciudad; que yo no permaneceré mucho tiempo lejos de vosotros, deseosa como estoy de entrar en combate.»

172 Dijo Minerva; y, tocándole con la varita de oro, le cubrió el pecho con una túnica y un manto limpio, y le aumentó la talla y el vigor juvenil. El héroe recobró también su color moreno, se le redondearon las mejillas y ennegreciósele el pelo de la barba. Hecho esto, la diosa se fué, y Ulises volvió á la cabaña. Vióle con gran asombro su hijo amado, el cual se turbó, volvió los ojos á otra parte, por si aquella persona fuese alguna deidad, y le dijo estas aladas palabras:

181 «¡Oh forastero! Te muestras otro en comparación de antes, pues se han cambiado tus vestiduras y tu cuerpo no se parece al que tenías. Indudablemente debes de ser uno de los dioses que poseen el anchuroso cielo. Pues sénos propicio, á fin de que te ofrezcamos sacrificios agradables y áureos presentes de fina labor. ¡Apiádate de nosotros!»

186 Contestóle el paciente divinal Ulises: «No soy ningún dios. ¿Por qué me confundes con los inmortales? Soy tu padre, por quien gimes y sufres tantos dolores y aguantas las violencias de los hombres.»

190 Diciendo así, besó á su hijo y dejó que las lágrimas, que hasta entonces había detenido, le cayeran por las mejillas al suelo. Mas Telémaco, como aún no estaba convencido de que aquél fuese su padre, respondióle nuevamente con estas palabras:

194 «Tú no eres mi padre Ulises, sino un dios que me engaña para que luego me lamente y suspire aún más; que un mortal no haría tales cosas con su inteligencia, á no ser que se le acercase un dios