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LA ODISEA

y lo transformara fácilmente y á su antojo en joven ó viejo. Poco ha eras anciano y estabas vestido miserablemente; mas ahora te pareces á los dioses que habitan el anchuroso cielo.»

201 Replicóle el ingenioso Ulises: «¡Telémaco! No conviene que te admires de tan extraordinaria manera, ni que te asombres de tener á tu padre aquí dentro; pues ya no vendrá otro Ulises, que ése soy yo, tal como ahora me ves, que habiendo padecido y vagado mucho, torno en el vigésimo año á la patria tierra. Lo que has presenciado es obra de Minerva, que impera en las batallas; la cual me transforma á su gusto, porque puede hacerlo; y unas veces me cambia en un mendigo y otras en un joven que cubre su cuerpo con hermosas vestiduras. Muy fácil es para las deidades que residen en el anchuroso cielo, dar gloria á un mortal ó envilecerle.»

213 Dichas estas palabras, se sentó. Telémaco abrazó á su buen padre, entre sollozos y lágrimas. Á entrambos les vino el deseo del llanto y lloraron ruidosamente, plañendo más que las aves—águilas ó buitres de corvas uñas—cuando los rústicos les quitan los hijuelos que aún no volaban: de semejante manera, derramaron aquéllos tantas lágrimas que movían á compasión. Y entregados al llanto los dejara el sol al ponerse, si Telémaco no hubiera dicho repentinamente á su padre:

222 «¿En qué nave los marineros te han traído acá, á Ítaca, padre amado? ¿Quiénes se precian de ser? Pues no creo que hayas venido andando.»

225 Díjole entonces el paciente divinal Ulises: «Yo te contaré, oh hijo, la verdad. Trajéronme los feacios, navegantes ilustres que suelen conducir á cuantos hombres arriban á su tierra: me trasportaron por el ponto en su velera nave mientras dormía y me dejaron en Ítaca, habiéndome dado espléndidos presentes—bronce, oro en abundancia y vestiduras tejidas—que se hallan en una cueva por la voluntad de los dioses. Y he venido acá, por consejo de Minerva, á fin de que tramemos la muerte de nuestros enemigos. Mas, ea, enumérame y descríbeme los pretendientes para que, sabiendo yo cuántos y cuáles son, medite en mi ánimo irreprochable si nosotros dos nos bastaremos contra todos ó será preciso buscar ayuda.»

240 Respondióle el prudente Telémaco: «¡Oh padre! Siempre oí decir que eres famoso por el valor de tus manos y por la prudencia de tus consejos; pero es muy grande lo que dijiste y me tienes asombrado, que no pudieran dos hombres solos luchar contra muchos y esforzados varones. Pues aquéllos no son una decena justa, ni dos