Página:La Odisea (Luis Segalá y Estalella).pdf/233

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
233
CANTO DÉCIMOSÉPTIMO

con su correa retorcida. Eumeo le entregó el palo que deseaba; y seguidamente emprendieron el camino. Quedáronse allí, custodiando la majada, los perros y los pastores; mientras Eumeo conducía hacia la ciudad á su rey, transformado en un viejo y miserable mendigo que se apoyaba en el bastón y llevaba el cuerpo revestido de feas vestiduras.

204 Mas cuando, recorriendo el áspero camino, halláronse á poca distancia de la ciudad y llegaron á la labrada fuente de claras linfas, de la cual tomaban el agua los ciudadanos—era obra de Ítaco, Nérito y Políctor; rodeábala por todos lados un bosque de álamos, que se nutren en la humedad; vertía el agua, sumamente fresca, desde lo alto de una roca; y en su parte superior se había construído un altar á las ninfas, donde todos los caminantes sacrificaban—encontróse con ellos el hijo de Dolio, Melantio, que llevaba las mejores cabras de sus rebaños para la cena de los pretendientes y le seguían dos pastores. Así que los vió, increpóles con palabras amenazadoras y groseras, que conmovieron el corazón de Ulises:

217 «Ahora se ve muy cierto que un ruin lleva á otro ruin, pues un dios junta siempre á cada cual con su semejante. ¿Adónde, no envidiable porquero, conduces ese glotón, ese mendigo importuno, esa peste de los banquetes, que con su espalda frotará las jambas de muchas puertas no pidiendo ciertamente trípodes ni calderos, sino tan sólo mendrugos de pan? Si me lo dieses para guardar mi majada, barrer el establo y llevarles el forraje á los cabritos, bebería suero y echaría gordo muslo. Mas, como ya es ducho en malas obras, no querrá aplicarse al trabajo; antes irá mendigando por la población para llenar su vientre insaciable. Lo que voy á decir se cumplirá: si fuere al palacio del divinal Ulises, rozarán sus costados muchos escabeles que habrán hecho llover sobre su cabeza las manos de aquellos varones.»

233 Así dijo; y, acercándose, dióle una coz en la cadera, locamente; pero no le pudo arrojar del camino, sino que el héroe permaneció muy firme. Entonces se le ocurrió á Ulises acometerle y quitarle la vida con el palo, ó levantarlo un poco y estrellarle la cabeza contra el suelo. Mas al fin sufrió el ultraje y contuvo la cólera en su corazón. Y el porquerizo increpó á aquél, mirándole cara á cara, y oró fervientemente levantando las manos:

240 «¡Ninfas de las fuentes! ¡Hijas de Júpiter! Si Ulises os quemó alguna vez muslos de corderos y de cabritos, cubriéndolos de pingüe grasa, cumplidme este voto: Ojalá vuelva aquel varón, traído