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CANTO DÉCIMOSÉPTIMO

na, pues la necesidad le apremia; los demás llenáronle el zurrón con sus dádivas, y éste le ha tirado el escabel, acertándole en el hombro derecho.»

505 De tal suerte habló, sentada en su estancia entre las siervas, mientras el divinal Ulises cenaba. Y llamando después al divinal porquero, díjole de este modo:

508 «Ve, divinal Eumeo, acércate al huésped y mándale que venga para que yo le salude y le interrogue también acerca de si oyó hablar de Ulises, de ánimo paciente, ó lo vió acaso con sus propios ojos, pues parece que ha vagado por muchas tierras.»

512 Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo: «Ojalá se callaran los aqueos, oh reina; pues cuenta tales cosas, que encantaría tu corazón. Tres días con sus noches lo detuve en mi cabaña, pues fuí el primero á quien acudió al escaparse del bajel, pero ni aun así pudo terminar la narración de sus desventuras. Como se contempla al aedo, que, instruído por los dioses, les canta á los mortales deleitosos relatos, y ellos no se sacian de oirle cantar; así me tenía transportado mientras permaneció en mi majada. Asegura que fué huésped del padre de Ulises y que vive en Creta, donde está el linaje de Minos. De allí viene, habiendo padecido infortunios y vagado de una parte á otra; y refiere que oyó hablar de Ulises, el cual vive, está cerca—en el opulento país de los tesprotos—y trae á esta casa muchas preciosidades.»

528 Respondióle la discreta Penélope: «Anda, ve, hazle venir para que lo relate en mi presencia. Regocíjense los demás, sentados en la puerta ó aquí en la sala, ya que tienen el corazón alegre porque sus bienes, el pan y el dulce vino, se guardan íntegros en sus casas, si no es lo que comen los criados; mientras que ellos vienen día tras día á nuestro palacio, nos degüellan los bueyes, las ovejas y las pingües cabras, celebran espléndidos banquetes, beben el vino locamente y así se consumen muchas de las cosas, porque no tenemos un hombre como Ulises que fuera capaz de librar á nuestra casa de la ruina. Si Ulises tornara y volviera á su patria, no tardaría en vengar, juntándose con su hijo, las violencias de estos hombres.»

541 Así dijo; y Telémaco estornudó tan recio que el palacio retumbó horrendamente. Rióse Penélope y en seguida dirigió á Eumeo estas aladas palabras:

544 «Anda y tráeme ese forastero. ¿No ves que mi hijo estornudó á todas mis palabras? Esto indica que no dejará de llevarse al cabo la matanza de los pretendientes, sin que ninguno escape de la muerte