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LA ODISEA

cosa. Infundióle dulce sueño á la hija de Icario, que se quedó recostada en el lecho y todas las articulaciones se le relajaron; y acto continuo la divina entre las diosas la favoreció con inmortales dones, para que la admiraran los aqueos: primeramente le lavó la bella faz con ambrosía, que aumenta la hermosura, del mismo modo que se unge Citerea, la de linda corona, cuando va al amable coro de las Gracias; y luego, hizo que pareciese más alta y más gruesa, y que su blancura aventajara la del marfil recientemente labrado. Después de lo cual, partió la divina entre las diosas.

198 Llegaron del interior de la casa, con gran alboroto, las doncellas de níveos brazos; y el dulce sueño dejó á Penélope, que se enjugó las mejillas con las manos y habló de esta manera:

201 «Blando sopor se apoderó de mí, que estoy tan apenada. Ojalá que ahora mismo me diera la casta Diana una muerte tan dulce, para que no tuviese que consumir mi vida lamentándome en mi corazón y echando de menos las cualidades de toda especie que adornaban á mi esposo, el más señalado de todos los aqueos.»

206 Diciendo así, bajó del magnífico aposento superior, sin que fuese sola, sino acompañada de dos esclavas. Cuando la divina entre las mujeres hubo llegado adonde estaban los pretendientes, paróse ante la columna que sostenía el techo sólidamente construído, con las mejillas cubiertas por espléndido velo y una honrada doncella á cada lado. Los pretendientes sintieron flaquear sus rodillas, fascinada su alma por el amor, y todos deseaban acostarse con Penélope en su mismo lecho. Mas ella habló de esta suerte á Telémaco, su hijo amado:

215 «¡Telémaco! Ya no tienes ni firmeza de voluntad ni juicio. Cuando estabas en la niñez, revolvías en tu inteligencia pensamientos más sensatos; pero ahora que eres grande por haber llegado á la flor de la juventud, y que un extranjero, al contemplar tu estatura y tu belleza, consideraría dichoso al varón de quien eres prole, no muestras ni recta voluntad ni tampoco juicio. ¡Cuál acción no ha tenido lugar en esta sala, donde permitiste que se maltratara á un huésped de semejante modo! ¿Qué sucederá si el huésped que se halle en nuestra morada es objeto de una vejación tan penosa? La vergüenza y el oprobio caerán sobre ti, ante todos los hombres.»

226 Respondióle el prudente Telémaco: «¡Madre mía! No me causa indignación que estés irritada; mas ya en mi ánimo conozco y entiendo muchas cosas buenas y malas, pues hasta ahora he sido un niño. Esto no obstante, me es imposible resolverlo todo prudente-