Página:La Odisea (Luis Segalá y Estalella).pdf/261

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
261
CANTO DÉCIMONONO

ces desde que partiera para Ilión con sus corvas naves. Al punto lo conduje al palacio, le proporcioné digna hospitalidad, tratándole solícita y amistosamente—que en nuestra casa reinaba la abundancia—é hice que á él y á los compañeros que llevaba se les diera harina y negro vino en común por el pueblo, y también bueyes para que los sacrificaran y satisficieran de este modo su apetito. Los divinales aqueos permanecieron con nosotros doce días, por soplar el Bóreas tan fuertemente que casi no se podía estar ni aun en la tierra. Debió de excitarlo alguna deidad malévola. Mas, en el día treceno echóse el viento y se dieron á la vela.»

203 De tal suerte forjaba su relato, refiriendo muchas cosas falsas que parecían verdaderas; y á Penélope, al oirlo, le brotaban las lágrimas de los ojos y se le deshacía el cuerpo. Así como en las altas montañas se derrite la nieve al soplo del Euro, después que el Céfiro la hiciera caer, y la corriente de los ríos crece con la que se funde; así se derretían con el llanto las hermosas mejillas de Penélope, que lloraba por su marido teniéndolo á su vera. Ulises, aunque interiormente compadecía á su mujer, que sollozaba, tuvo los ojos tan firmes dentro de los párpados cual si fueran de cuerno ó de hierro, y logró con astucia que no se le rezumasen las lágrimas. Y Penélope, después que se hubo saciado de llorar y de gemir, tornó á hablarle con estas palabras:

215 «Ahora, oh huésped, pienso someterte á una prueba para saber si es verdad, como lo afirmas, que en tu palacio hospedaste á mi esposo con sus compañeros iguales á los dioses. Dime qué vestiduras llevaba su cuerpo y cómo eran el propio Ulises y los compañeros que le seguían.»

220 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡Oh mujer! Es difícil referirlo después de tanto tiempo, porque hace ya veinte años que se fué de allá y dejó mi patria; esto no obstante, te diré cómo se lo representa mi corazón. Llevaba el divinal Ulises un manto lanoso, doble, purpúreo, con áureo broche de dos agujeros; en la parte anterior del manto estaba bordado un perro que tenía entre sus patas delanteras un manchado cervatillo, mirándole forcejar; y á todos pasmaba que, siendo entrambos de oro, aquél mirara al cervatillo á quien ahogaba, y éste forcejara con los pies, deseando escapar. En torno al cuerpo de Ulises vi una espléndida túnica que semejaba árida binza de cebolla, ¡tan suave era! y relucía como un sol; y muchas mujeres la contemplaban admiradas. Pero he de decirte una cosa que fijarás en la memoria: no sé si Ulises ya llevaría estas vestiduras