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CANTO DÉCIMONONO

años. Al instante lo desollaron y prepararon, lo partieron todo, lo dividieron con suma habilidad en pedazos pequeños que espetaron en los asadores y asaron cuidadosamente, y acto continuo distribuyeron las raciones. Todo el día, hasta la puesta del sol, celebraron el festín; y nadie careció de su respectiva porción. Y tan pronto como el sol se puso y sobrevino la noche, acostáronse y el don del sueño recibieron.

428 Así que se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, los hijos de Autólico y el divinal Ulises se fueron á cazar llevándose los canes. Encamináronse al alto monte Parnaso, cubierto de bosque, y pronto llegaron á sus ventosos collados. Ya el sol hería con sus rayos los campos, saliendo de la plácida y profunda corriente del Océano, cuando los cazadores penetraron en un valle: iban al frente los perros, que rastreaban la caza; detrás, los hijos de Autólico, y con éstos, pero á poca distancia de los canes, el divinal Ulises, blandiendo ingente lanza. En aquel sitio estaba echado un enorme jabalí, en medio de una espesura tan densa que ni el húmedo soplo de los vientos pasaba á su través, ni la herían los rayos del resplandeciente sol, ni la lluvia la penetraba del todo, ¡así era de densa!, habiendo en la misma gran copia de hojas secas amontonadas. El ruido de los pasos de los hombres y de los canes, que se acercaban cazando, llegó hasta el jabalí; y éste dejó el soto, fué á encontrarles con las crines del cuello erizadas y los ojos echando fuego, y se detuvo muy cerca de los mismos. Ulises, que fué el primero en acometerle, levantó con su mano robusta la luenga lanza, deseando herirle; pero adelantósele el jabalí, le dió un golpe sobre la rodilla, y, como arremetiera oblicuamente, desgarró con su diente mucha carne sin llegar al hueso. Entonces Ulises le acertó en la espalda derecha, se la atravesó con la punta de la luciente lanza, y el animal quedó tendido en el polvo y perdió la vida. Los caros hijos de Autólico reuniéronse en torno del eximio Ulises, igual á un dios, para socorrerle: vendáronle hábilmente la herida, restañaron la negruzca sangre con un ensalmo, y volvieron todos á la casa paterna. Autólico y sus hijos, después de curarle bien, le hicieron espléndidos regalos; y pronto, con mutuo regocijo, lo enviaron á Ítaca. El padre y la veneranda madre de Ulises holgáronse de su vuelta y le preguntaron muchas cosas y qué le había ocurrido que llevaba aquella cicatriz; y él refirióles por menor cómo, habiendo ido al Parnaso á cazar con los hijos de Autólico, hirióle un jabalí con su albo diente.