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Página:La Odisea (Luis Segalá y Estalella).pdf/274

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LA ODISEA

las muelas del pastor de hombres. Doce eran las que allí trabajaban solícitamente, fabricando harinas de cebada y de trigo, que son el alimento de los hombres; pero todas descansaban ya, por haber molido su parte correspondiente de trigo, á excepción de una que aún no había terminado porque era muy flaca. Ésta, pues, paró la muela y dijo las siguientes palabras, que fueron una señal para su amo:

112 «¡Padre Júpiter, que imperas sobre los dioses y sobre los hombres! Has enviado un fuerte trueno desde el cielo estrellado y no hay nube alguna; indudablemente es una señal que haces á alguien. Cúmpleme ahora también á mí, á esta mísera, lo que te voy á pedir: Tomen hoy los pretendientes por la última y postrera vez la agradable comida en el palacio de Ulises; y, ya que hicieron desfallecer mis rodillas con el penoso trabajo de fabricarles harina, sea también ésta la última vez que cenen.»

120 Así se expresó; y holgóse el divinal Ulises con el presagio y el trueno enviado por Júpiter, pues creyó que podría castigar á los culpables.

122 Las demás esclavas, juntándose en la bella mansión de Ulises, encendían en el hogar el fuego infatigable. Telémaco, varón igual á un dios, se levantó de la cama, vistióse, colgó del hombro la aguda espada, ató á sus nítidos pies hermosas sandalias y asió la fuerte lanza de broncínea punta. Salió luego y, parándose en el umbral, dijo á Euriclea:

129 «¡Ama querida! ¿Honrasteis al huésped dentro de la casa, dándole lecho y cena, ó yace por ahí sin que nadie le cuide? Pues mi madre es tal, aunque la discreción no le falta, que suele honrar inconsideradamente al peor de los hombres de voz articulada y despedir sin honra alguna al que más vale.»

134 Respondióle la prudente Euriclea: «No la acuses ahora, hijo mío, que no es culpable. El huésped estuvo sentado y bebiendo vino hasta que le plugo; y en cuanto á comer, manifestó que ya no tenía más gana, y fué ella misma quien le hizo la pregunta. Tan luego como decidió acostarse para dormir, ordenó tu madre á las esclavas que le aparejasen la cama; pero, como es tan mísero y desventurado, no quiso descansar en un lecho ni entre colchas y se tendió en el vestíbulo sobre una piel cruda de buey y otras de ovejas. Y nosotras le cubrimos con un manto.»

144 Así le dijo: Telémaco salió del palacio con su lanza en la mano y dos perros de ágiles pies que le seguían; y fuése al ágora, á jun-