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CANTO VIGÉSIMO

tarse con los aqueos de hermosas grebas. Entonces la divina entre las mujeres, Euriclea, hija de Ops Pisenórida, comenzó á mandar de este modo á las esclavas:

149 «Ea, algunas de vosotras barran el palacio diligentemente, riéguenlo y pongan tapetes purpúreos en las labradas sillas; pasen otras la esponja por las mesas y limpien las crateras y las copas dobles, artísticamente fabricadas; y vayan las demás por agua á la fuente y tráiganla presto. Pues los pretendientes no han de tardar en venir al palacio; antes acudirán muy de mañana, que hoy es día de fiesta para todos.»

157 Así les habló; y ellas la escucharon y obedecieron. Veinte esclavas se encaminaron á la fuente de aguas profundas y las otras se pusieron á trabajar hábilmente dentro de la casa.

160 Presentáronse poco después los servidores de los aqueos y cortaron leña con gran pericia; volvieron de la fuente las esclavas; é inmediatamente llegó el porquerizo con tres cerdos, los mejores de cuantos tenía á su cuidado. Eumeo dejó que pacieran en el hermoso cercado y hablóle á Ulises con dulces palabras:

166 «¡Huésped! ¿Te ven los aqueos con mejores ojos, ó siguen ultrajándote en el palacio como anteriormente?»

168 Respondióle el ingenioso Ulises: «Ojalá castigue un dios, oh Eumeo, los ultrajes que con tal descaro infieren, maquinando inicuas acciones en la casa de otro, sin tener ni sombra de vergüenza.»

172 De tal suerte conversaban. Acercóseles el cabrero Melantio, que traía las mejores cabras de sus rebaños para la comida de los pretendientes y le acompañaban dos pastores. Y, atando á aquéllas debajo del sonoro pórtico, le dijo á Ulises estas mordaces palabras:

178 «¡Forastero! ¿Nos importunarás todavía en esta casa, con pedir limosna á los varones? ¿Por ventura no saldrás de aquí? Ya me figuro que no nos separaremos hasta haber probado la fuerza de nuestros brazos; porque tú no mendigas como se debe, que hay otros convites de los aqueos.»

183 Así se expresó. El ingenioso Ulises no le dió respuesta; pero meneó la cabeza silenciosamente, agitando en lo íntimo de su alma siniestros propósitos.

185 Fué el tercero en llegar, Filetio, mayoral de los pastores, que traía una vaca no paridera y pingües cabras. Los barqueros, que conducen á cuantos hombres se les presentan, los habían transportado. Y, atando aquél las reses debajo del sonoro pórtico, paróse cabe al porquerizo y le interrogó de esta manera: