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LA ODISEA

llevara á cumplimiento cuanto dices; que no tardarías á conocer cuál es mi fuerza y de qué brazos dispongo.»

238 Eumeo suplicó asimismo á todos los dioses que el prudente Ulises volviera á su casa.

240 Así éstos decían. Los pretendientes maquinaban contra Telémaco la muerte y el destino, cuando de súbito apareció un ave á su izquierda, un águila altanera, con una tímida paloma entre las garras. Y Anfínomo les arengó diciendo:

245 «¡Amigos! Este propósito—la muerte de Telémaco—no tendrá buen éxito para nosotros; mas, ea, pensemos ya en la comida.»

247 De tal suerte se expresó Anfínomo, y á todos les plugo lo que dijo. Volviendo, pues, al palacio del divinal Ulises, dejaron sus mantos en sillas y sillones; sacrificaron ovejas muy crecidas, pingües cabras, puercos gordos y una gregal vaca; asaron y distribuyeron las entrañas; mezclaron el vino en las crateras; y el porquerizo les sirvió las copas. Filetio, mayoral de los pastores, repartióles el pan en hermosos canastillos; y Melantio les escanciaba el vino. Y todos echaron mano á las viandas que tenían delante.

257 Telémaco, con astuta intención, hizo sentar á Ulises dentro de la sólida casa, junto al umbral de piedra, donde le había colocado una pobre silla y una mesa pequeña; sirvióle parte de las entrañas, escancióle vino en una copa de oro y le habló de esta manera:

262 «Siéntate aquí, entre estos varones, y bebe vino. Yo te libraré de las injurias y de las manos de todos los pretendientes; pues esta casa no es pública, sino de Ulises que la adquirió para mí. Y vosotros, oh pretendientes, reprimid el ánimo y absteneos de las amenazas y de los golpes, para que no se suscite disputa ni altercado alguno.»

268 Tales fueron sus palabras y todos se mordieron los labios, admirándose de que Telémaco les hablase con tanta audacia. Entonces Antínoo, hijo de Eupites, dijo de esta suerte:

271 «¡Aqueos! Cumplamos, aunque es dura, la orden de Telémaco, que con tono tan amenazador acaba de hablarnos. No lo ha querido Jove Saturnio; pues, de otra suerte, ya le habríamos hecho callar en el palacio, aunque sea arengador sonoro.»

275 Así habló Antínoo; pero Telémaco no hizo caso de sus palabras. En esto, ya los heraldos conducían por la ciudad la sacra hecatombe de las deidades; y los aqueos, de larga cabellera, se juntaban en el umbrío bosque consagrado al flechador Apolo.

279 Tan pronto como los pretendientes hubieron asado los cuartos delanteros, retiráronlos de la lumbre, dividiéronlos en partes, y ce-