lebraron un gran banquete. Á Ulises sirviéronle los que en esto se ocupaban, una parte tan cumplida como la que á ellos mismos les cupo en suerte; pues así lo ordenó Telémaco, el hijo amado del divinal Ulises.
284 Tampoco dejó entonces Minerva que los ilustres pretendientes se abstuvieran por completo de la dolorosa injuria, á fin de que el pesar atormentara aún más el corazón de Ulises Laertíada. Hallábase entre los mismos un hombre de ánimo perverso llamado Ctesipo, que tenía su morada en Same, y, confiando en sus posesiones inmensas, solicitaba á la esposa de Ulises ausente á la sazón desde largo tiempo. Éste tal dijo á los ensoberbecidos pretendientes:
292 «Oíd, ilustres pretendientes, lo que os voy á decir. Rato ha que el forastero tiene su parte igual á la nuestra, como es debido; que no fuera decoroso ni justo privar del festín á los huéspedes de Telémaco, sean cuales fueren los que vengan á este palacio. Mas, ea, también yo voy á ofrecerle el don de la hospitalidad, para que á su vez haga un presente al bañero ó á algún otro de los esclavos que viven en la casa del divinal Ulises.»
299 Habiendo hablado así, tiróle con fuerte mano una pata de buey, que tomó de un canastillo; Ulises evitó el golpe, inclinando ligeramente la cabeza, y en seguida se sonrió con risa sardonia; y la pata fué á dar en el bien construído muro. Acto continuo increpó Telémaco á Ctesipo con estas palabras:
304 «¡Ctesipo! Mucho mejor ha sido para ti no acertar al forastero, porque éste haya evitado el golpe; que yo te traspasara con mi aguda lanza y tu padre te hiciera acá los funerales en vez de celebrar tu casamiento. Por tanto nadie se porte insolentemente dentro de la casa, que ya conozco y entiendo muchas cosas, buenas y malas, aunque antes fuese un niño. Y si toleramos lo que vemos—que sean degolladas las ovejas, y se beba el vino, y se consuma el pan—es por la dificultad de que uno solo refrene á muchos. Mas, ea, no me causéis más daño, siéndome malévolos; y si deseáis matarme con el bronce, yo quisiera que lo llevaseis á cumplimiento, pues más valdría morir que ver de continuo esas inicuas acciones: maltratados los huéspedes y forzadas indignamente las siervas en las hermosas estancias.»
320 Así habló. Todos enmudecieron y quedaron silenciosos. Mas al fin les dijo Agelao Damastórida:
322 «¡Amigos! Nadie se irrite, oponiendo contrarias razones al dicho justo de Telémaco; y no maltratéis al huésped, ni á ningún es-