Página:La Odisea (Luis Segalá y Estalella).pdf/310

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
310
LA ODISEA

111 Así se expresó. Sonrióse el paciente divinal Ulises y en seguida dirigió á Telémaco estas aladas palabras:

113 «¡Telémaco! Deja á tu madre que me pruebe dentro del palacio; pues quizás de este modo me reconozca más fácilmente. Como estoy sucio y llevo miserables vestiduras, me tiene en poco y no cree todavía que sea aquél. Deliberemos ahora para que todo se haga de la mejor manera. Pues si quien mata á un hombre del pueblo, el cual no deja tras de sí muchos vengadores, huye y desampara á sus deudos y su patria tierra; nosotros hemos dado muerte á los que eran el sostén de la ciudad, á los más eximios jóvenes de Ítaca. Yo te invito á pensar en esto.»

123 Respondióle el prudente Telémaco: «Conviene que tú mismo lo veas, padre amado, pues dicen que tu consejo es en todas las cosas el más excelente y que ninguno de los hombres mortales competiría contigo. Nosotros te seguiremos muy prontos, y no han de faltarnos bríos en cuanto lo permitan nuestras fuerzas.»

129 Contestóle el ingenioso Ulises: «Pues voy á decir lo que considero más conveniente. Empezad por lavaros, poneos las túnicas y ordenad á las esclavas que se vistan en el palacio; y acto seguido el divinal aedo, tomando la sonora cítara, nos guiará en la alegre danza; de suerte que, en oyéndolo desde fuera algún transeunte ó vecino, piense que son las nupcias lo que celebramos. No sea que la gran noticia de la matanza de los pretendientes se divulgue por la ciudad antes de salirnos á nuestros campos llenos de arboledas. Allí examinaremos lo que nos presente el Olímpico como más provechoso.»

141 Así les dijo; y ellos le escucharon y obedecieron. Comenzaron por lavarse y ponerse las túnicas, ataviáronse las mujeres, y el divino aedo tomó la hueca cítara y movió en todos el deseo del dulce canto y de la eximia danza. Presto resonó la gran casa con el ruido de los pies de los hombres y de las mujeres de bella cintura que estaban bailando. Y los de fuera, al oirlo, solían exclamar:

149 «Ya debe de haberse casado alguno con la reina que se vió tan solicitada. ¡Infeliz! No tuvo constancia para guardar la casa de su primer esposo hasta la vuelta del mismo.»

152 Así hablaban, por ignorar lo que dentro había pasado. Entonces Eurínome, la despensera, lavó y ungió con aceite al magnánimo Ulises en su casa, y le puso un hermoso manto y una túnica; y Minerva esmaltó con una gran hermosura la cabeza del héroe é hizo que apareciese más alto y más grueso, y que de su cabeza colgaran