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CANTO VIGÉSIMO TERCERO

ensortijados cabellos que á flores de jacinto semejaban. Y así como el hombre experto, á quien Vulcano y Palas Minerva han enseñado artes de toda especie, cerca de oro la plata y hace lindos trabajos; de semejante modo, Minerva difundió la gracia por la cabeza y por los hombros de Ulises. El héroe salió del baño con el cuerpo parecido completamente al de los inmortales; volvió á sentarse en la silla que antes ocupara, frente á su esposa, y le dijo estas palabras:

166 «¡Desgraciada! Los que viven en olímpicos palacios te dieron un corazón más duro que á las otras mujeres. Ninguna se quedaría así, con el ánimo firme, alejada de su marido; cuando éste, después de pasar tantos males, vuelve en el vigésimo año á la patria tierra. Pero ve, nodriza, y aparéjame la cama para que pueda acostarme; que ésa tiene en su pecho un corazón de hierro.»

173 Contestóle la discreta Penélope: «¡Infortunado! Ni me crezco, ni me tengo en poco, ni me admiro en demasía; pues sé muy bien cómo eras cuando partiste de Ítaca en la nave de largos remos. Ve, Euriclea, y ponle la fuerte cama en el exterior de la sólida habitación que construyó él mismo: sácale allí la fuerte cama y aderézale el lecho con pieles, mantas y colchas espléndidas.»

181 Habló de semejante modo para probar á su marido; pero Ulises, irritado, díjole á la honesta esposa:

183 «¡Oh mujer! En verdad que me produce gran pena lo que has dicho. ¿Quién me habrá trasladado el lecho? Difícil le fuera hasta al más hábil, si no viniese un dios á cambiarlo fácilmente de sitio; mas ninguno de los mortales que hoy viven ni aun de los más jóvenes, lo movería con facilidad, pues hay una gran señal en el labrado lecho que hice yo mismo y no otro alguno. Creció dentro del patio un olivo de alargadas hojas, robusto y floreciente, que tenía el grosor de una columna. En torno del mismo labré las paredes de mi cámara, empleando multitud de piedras; la cubrí con excelente techo y la cerré con puertas sólidas, firmemente ajustadas. Después corté el ramaje de aquel olivo de alargadas hojas; pulí con el bronce su tronco desde la raíz, haciéndolo diestra y hábilmente; lo enderecé por medio de un nivel para convertirlo en pie de la cama, y lo taladré todo con un barreno. Comenzando por este pie, fuí haciendo y pulimentando la cama hasta terminarla; la adorné con oro, plata y marfil; y extendí en su parte interior unas vistosas correas de piel de buey, teñidas de púrpura. Ésta es la señal de que te hablaba; pero ignoro, oh mujer, si mi lecho sigue incólume ó ya lo trasladó alguno, habiendo cortado el olivo por el pie.»