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LA ODISEA

106 «¡Anfimedonte! ¿Qué os ha ocurrido, que penetráis en la obscura tierra tantos y tan selectos varones, y todos de la misma edad? Si se escogieran por la población, no se hallaran otros más excelentes. ¿Acaso Neptuno os mató en vuestras naves, desencadenando el fuerte soplo de terribles vientos y levantando grandes olas? ¿Ó quizás unos hombres enemigos acabaron con vosotros en el continente porque os llevabais sus bueyes y sus magníficos rebaños de ovejas ó porque combatíais para apoderaros de su ciudad y de sus mujeres? Responde á lo que te digo, pues me precio de ser huésped tuyo. ¿No recuerdas que fuí allá, á vuestra casa, junto con el deiforme Menelao, á exhortar á Ulises para que nos siguiera á Ilión en las naves de muchos bancos? Un mes entero empleamos en atravesar el anchuroso ponto, y á duras penas persuadimos á Ulises, asolador de ciudades.»

120 Díjole á su vez el alma de Anfimedonte: «¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres Agamenón! Recuerdo cuanto dices, oh alumno de Júpiter, y te contaré exacta y circunstanciadamente de qué triste modo ocurrió que llegáramos al término de nuestra vida. Pretendíamos á la esposa de Ulises, ausente á la sazón desde largo tiempo, y ni rechazaba las odiosas nupcias ni quería celebrarlas, preparándonos la muerte y la negra Parca; y entonces discurrió en su inteligencia este nuevo engaño. Se puso á tejer en el palacio una gran tela sutil é interminable, y á la hora nos habló de esta guisa: ¡Jóvenes, pretendientes míos! Ya que ha muerto el divinal Ulises, aguardad, para instar mis bodas, que acabe este lienzo—no sea que se me pierdan inútilmente los hilos,—á fin de que tenga sudario el héroe Laertes en el momento fatal de la aterradora muerte. ¡No se me vaya á indignar alguna de las aqueas del pueblo, si ve enterrar sin mortaja á un hombre que ha poseído tantos bienes! Así dijo, y nuestro ánimo generoso se dejó persuadir. Desde aquel instante, pasaba el día labrando la gran tela, y por la noche, tan luego como se alumbraba con las antorchas, deshacía lo tejido. De esta suerte logró ocultar el engaño y que sus palabras fueran creídas por los aqueos durante un trienio; mas, así que vino el cuarto año y volvieron á sucederse las estaciones, después de transcurrir los meses y de pasar muchos días, nos lo reveló una de las mujeres, que conocía muy bien lo que pasaba, y sorprendimos á Penélope destejiendo la espléndida tela. Así fué cómo, mal de su grado, se vió en la necesidad de acabarla. Cuando, después de tejer y lavar la gran tela, nos mostró aquel lienzo que se asemejaba al sol ó á la luna, funesta deidad