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LA ODISEA

Cuando hubieron acudido y estuvieron congregados, levantóse Eupites á hablar; porque era intolerable la pena que sentía en el alma por su hijo Antínoo, que fué el primero á quien mató el divinal Ulises. Y, derramando lágrimas, los arengó diciendo:

426 «¡Oh amigos! Grande fué la obra que ese varón maquinó contra los aqueos: Llevóse á muchos y valientes hombres en sus naves y perdió las cóncavas naves y los hombres; y, al volver, ha muerto á los más señalados entre los cefalenos. Mas, ea, marchemos á su encuentro antes que se escape á Pilos ó á la divina Élide, donde ejercen su dominio los epeos, para que no nos veamos perpetuamente confundidos. Afrentoso será que lleguen á enterarse de estas cosas los venideros; y, si no castigáramos á los matadores de nuestros hijos y de nuestros hermanos, no me fuera grata la vida y ojalá me muriese cuanto antes para estar con los difuntos. Pero vayamos pronto: no sea que nos prevengan con la huída.»

438 Así les dijo, vertiendo lágrimas; y movió á compasión á los aqueos todos. Mas en aquel punto presentáronse Medonte y el divinal aedo, que al despertar habían salido de la morada de Ulises; pusiéronse en medio, y el asombro se apoderó de los circunstantes. Y el discreto Medonte les habló de esta manera:

443 «Oídme ahora á mí, oh itacenses; pues no sin la voluntad de los inmortales dioses ha realizado Ulises tal hazaña. Yo mismo vi á un dios inmortal que se hallaba cerca de él y era en un todo semejante á Méntor. Este dios inmortal á las veces aparecía delante de Ulises, á quien animaba; y á las veces, corriendo furioso por el palacio, tumultuaba á los pretendientes, que caían los unos en pos de los otros.»

450 Así se expresó; y todos se sintieron poseídos del pálido temor. Seguidamente dirigióles la palabra el anciano héroe Haliterses Mastórida, el único que conocía lo pasado y lo venidero. Éste, pues, les arengó con benevolencia, diciendo:

454 «Oíd ahora, oh itacenses, lo que os digo. Por vuestra culpable debilidad ocurrieron tales cosas, amigos: que nunca os dejasteis persuadir ni por mí, ni por Méntor, pastor de hombres, cuando os exhortábamos á poner término á las locuras de vuestros hijos; y éstos, con su pernicioso orgullo, cometieron una gran falta, devorando los bienes y ultrajando á la mujer de un varón eximio que se figuraban que ya no había de volver. Y al presente, ojalá se haga lo que os voy á decir. Creedme á mí: no vayamos; no sea que alguien halle el mal que se habrá buscado.»