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LA ODISEA

directamente á Néstor, domador de caballos, y sepamos qué guarda allá en su pecho. Ruégale tú mismo que sea veraz, y no mentirá porque es muy sensato.»

21 Repuso el prudente Telémaco: «¡Méntor! ¿Cómo quieres que yo me acerque á él, cómo puedo ir á saludarle? Aún no soy práctico en hablar con discreción y da vergüenza que un joven interrogue á un anciano.»

25 Díjole Minerva, la deidad de los brillantes ojos: «¡Telémaco! Discurrirás en tu mente algunas cosas y un numen te sugerirá las restantes, pues no creo que tu nacimiento y tu crianza se hayan efectuado contra la voluntad de los dioses.»

29 Cuando así hubo hablado, Palas Minerva caminó á buen paso y Telémaco fué siguiendo las pisadas de la deidad. Llegaron adonde estaba la junta de los varones pilios en los asientos: allí se había sentado Néstor con sus hijos y á su alrededor los compañeros preparaban el banquete, ya asando carne, ya espetándola en los asadores. Y apenas vieron á los huéspedes, adelantáronse todos juntos, los saludaron con las manos y les invitaron á sentarse. Pisístrato Nestórida fué el primero que se les acercó, y asiéndolos de la mano, los hizo sentar para el convite en unas blandas pieles, sobre la arena del mar, cerca de su hermano Trasimedes y de su propio padre. En seguida dióles parte de las entrañas, echó vino en una copa de oro y, ofreciéndosela á Palas Minerva, hija de Júpiter que lleva la égida, así le dijo:

43 «¡Forastero! Eleva tus preces al soberano Neptuno, ya que al venir acá os habéis encontrado con el festín que en su honor celebramos. Mas, tan pronto como hicieres la libación y hubieres rogado, como es justo, dale á ése la copa de dulce vino para que lo libe también, pues supongo que ruega asimismo á los dioses; como que todos los hombres están necesitados de las deidades. Pero á causa de ser el más joven—debe de tener mis años—te daré primero á ti la áurea copa.»

51 En diciendo esto, púsole en la mano la copa de dulce vino. Minerva holgóse de ver la prudencia y la equidad del varón que le daba la copa de oro á ella antes que á Telémaco. Y al punto hizo muchas súplicas al soberano Neptuno:

55 «¡Óyeme, Neptuno, que circundas la tierra! No te niegues á llevar al cabo lo que ahora te pedimos. Ante todo llena de gloria á Néstor y á sus vástagos; dales á los pilios grata recompensa por tan ínclita hecatombe y concede también que Telémaco y yo no nos