Página:La Odisea (Luis Segalá y Estalella).pdf/39

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
39
CANTO TERCERO

mos revolviendo en nuestra inteligencia graves propósitos los unos contra los otros, pues ya Júpiter nos aparejaba funestas calamidades. Al descubrirse la aurora, echamos las naves al mar divino y embarcamos nuestros bienes y las mujeres de estrecha cintura. La mitad del pueblo se quedó allí con el Atrida Agamenón, pastor de hombres; y los restantes nos hicimos á la mar, pues un numen calmó el ponto, que abunda en grandes cetáceos. No bien llegamos á Ténedos, ofrecimos sacrificios á los dioses con el anhelo de tornar á nuestras casas; pero Júpiter aún no tenía ordenada la vuelta y suscitó ¡oh cruel! una nueva y perniciosa disputa. Y los que acompañaban á Ulises, rey prudente y sagaz, se volvieron en los corvos bajeles para complacer nuevamente á Agamenón Atrida. Pero yo, con las naves que juntas me seguían, continué huyendo, porque comprendí que alguna divinidad meditaba causarnos daño. Huyó también el belicoso hijo de Tideo con los suyos, después de incitarlos á que le siguieran, y juntósenos algo más tarde el rubio Menelao, el cual nos encontró en Lesbos mientras deliberábamos acerca de la larga navegación que nos esperaba, á saber, si pasaríamos por cima de la escabrosa Quíos, hacia la isla de Psiria para dejar esta última á la izquierda, ó por debajo de la primera á lo largo del ventoso Mimante. Suplicamos á la divinidad que nos mostrase alguna señal y nos la dió ordenándonos que atravesáramos el piélago hacia la Eubea, á fin de que huyéramos lo antes posible del infortunio venidero. Comenzó á soplar un sonoro viento, y las naves, surcando con gran celeridad el camino abundante en peces, llegaron por la noche á Geresto: allí ofrecimos á Neptuno buen número de muslos de toro por haber hecho la travesía del dilatado piélago. Ya era el cuarto día cuando los compañeros de Diomedes Tidida, domador de caballos, se detuvieron en Argos con sus bien proporcionadas naves; pero yo tomé la rota de Pilos y nunca me faltó el viento desde que un dios lo enviara para que soplase. Así vine, hijo querido, sin saber nada, ignorando cuáles aqueos se salvaron y cuáles perecieron. Mas, cuanto oí referir desde que torné á mi palacio lo sabrás ahora, como es justo; que no debo ocultarte nada. Dicen que han llegado bien los valerosos mirmidones á quienes conducía el hijo ilustre del magnánimo Aquiles; que asimismo aportó con felicidad Filoctetes, hijo preclaro de Peante; y que Idomeneo llevó á Creta todos sus compañeros que escaparon de los combates, sin que el mar le quitara ni uno solo. Del Atrida vosotros mismos habréis oído contar, aunque vivís tan lejos, cómo vino y