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LA ODISEA

deseo de proseguir el camino, se vió obligado á detenerse para enterrar al compañero y hacerle las honras funerales. Luego, atravesando el vinoso ponto en las cóncavas naves, pudo llegar á toda prisa al elevado promontorio de Malea, y el longividente Júpiter hízole trabajoso el camino con enviarle vientos de sonoro soplo y olas hinchadas, enormes, que parecían montañas. Entonces el dios dispersó las naves y á algunas las llevó hacia Creta donde habitaban los cidones, junto á las corrientes del Yárdano. Hay en el obscuro ponto una peña escarpada y alta que sale al mar cerca de Gortina: allí el Noto lanza las olas contra el promontorio de la izquierda, contra Festo, y una roca pequeña rompe la grande oleada. En semejante sitio fueron á dar y costóles mucho escapar con vida; pues, habiendo las olas arrojado los bajeles contra los escollos, padecieron naufragio. Menelao, con cinco naves de cerúlea proa, aportó á Egipto, adonde el viento y el mar le habían conducido; y en tanto que con sus galeras iba errante por extraños países, juntando riquezas y mucho oro, Egisto tramó en el palacio aquellas deplorables acciones. Siete años reinó éste en Micenas, rica en oro, y tuvo sojuzgado al pueblo, con posterioridad á la muerte del Atrida. Mas, por su desgracia, en el octavo fué de Atenas el divinal Orestes, quien hizo perecer al matador de su padre, al doloso Egisto, que le había muerto su ilustre progenitor. Después de matarle, Orestes dió á los argivos el banquete fúnebre en las exequias de su odiosa madre y del cobarde Egisto; y aquel día llegó Menelao, valiente en el combate, con muchas riquezas, tantas como los barcos podían llevar. Y tú, amigo, no andes mucho tiempo fuera de tu casa, habiendo dejado en ella las riquezas y unos hombres tan soberbios: no sea que se repartan tus bienes y los devoren y luego el viaje te resulte inútil. Pero yo te exhorto é incito á que endereces tus pasos hacia Menelao; el cual poco ha que volvió de gentes de donde no esperara tornar quien se viera, desviado por las tempestades, en un piélago tal y tan extenso que ni las aves llegarían del mismo en todo un año, pues es dilatadísimo y horrendo. Ve ahora en tu nave y con tus compañeros á encontrarle, y si deseas ir por tierra, aquí tienes carro y corceles, y á mis hijos que te acompañarán hasta la divina Lacedemonia, donde se halla el rubio Menelao, y, en llegando, ruégale tú mismo que sea veraz, y no mentirá porque es muy sensato.»

329 Así se expresó. Púsose el sol y sobrevino la obscuridad. Y entonces habló Minerva, la diosa de los brillantes ojos: