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CANTO QUINTO

tan fieramente contigo y te está suscitando numerosos males? No logrará anonadarte por mucho que lo anhele. Haz lo que voy á decir, pues me figuro que no te falta prudencia: quítate esos vestidos, deja la balsa para que los vientos se la lleven y, nadando con las manos, procura llegar á la tierra de los feacios, donde el hado ha dispuesto que te salves. Toma, extiende este velo inmortal debajo de tu pecho y no temas padecer, ni morir tampoco. Y así que toques con tus manos la tierra firme, quítatelo y arrójalo en el vinoso ponto, volviéndote á otro lado.»

351 Dichas estas palabras, la diosa le entregó el velo y, transfigurada en mergo, tornó á sumergirse en el undoso ponto y las negruzcas olas la cubrieron. Mas el paciente divinal Ulises estaba indeciso y, gimiendo, habló de esta guisa á su corazón magnánimo:

356 «¡Ay de mí! No sea que alguno de los inmortales me tienda un lazo, cuando me da la orden de que desampare la balsa. No obedeceré todavía, que con mis ojos veo que está muy lejana la tierra donde, según afirman, he de hallar refugio; antes procederé de esta suerte por ser, á mi juicio, lo mejor: mientras los maderos estén sujetados por las clavijas, seguiré aquí y sufriré los males que haya de padecer, y luego que las olas deshagan la balsa me pondré á nadar; pues no se me ocurre nada más provechoso.»

365 Tales cosas revolvía en su mente y en su corazón, cuando Neptuno, que sacude la tierra, alzó una oleada tremenda, difícil de resistir, alta como un techo, y llevóla contra el héroe. De la suerte que impetuoso viento revuelve un montón de pajas secas, dispersándolas por este y por el otro lado; de la misma manera desbarató la ola los grandes leños de la balsa. Pero Ulises asió uno de los tablones y se puso á caballo en él; desnudóse los vestidos que la divinal Calipso le entregara, extendió prestamente el velo debajo de su pecho y se dejó caer en el agua boca abajo, con los brazos abiertos, deseoso de nadar. Vióle el poderoso dios que sacude la tierra y, moviendo la cabeza, habló entre sí de semejante modo:

377 «Ahora, que has padecido tantos males, vaga por el ponto hasta que llegues á juntarte con esos hombres, alumnos de Júpiter. Se me figura que ni aun así te parecerán pocas tus desgracias.»

380 Dicho esto, picó con el látigo á los corceles y se fué á Egas, donde posee ínclita morada.

382 Entonces Minerva, hija de Júpiter, ordenó otra cosa. Cerró el camino á los vientos, y les mandó que se sosegaran y durmieran; y, haciendo soplar el rápido Bóreas, quebró las olas hasta que Ulises,