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LA ODISEA

pues su espíritu debe de alegrarse intensamente cuando ven á tal retoño salir á las danzas. Y dichosísimo en su corazón, más que otro alguno, quien consiga, descollando por la esplendidez de sus donaciones nupciales, llevarte á su casa por esposa. Que nunca se ofreció á mis ojos un mortal semejante, ni hombre ni mujer, y me he quedado atónito al contemplarte. Solamente una vez vi algo que se te pudiera comparar en un joven retoño de palmera, que creció en Delos, junto al ara de Apolo (estuve allá con numeroso pueblo, en aquel viaje del cual habían de seguírseme funestos males): de la suerte que á la vista del retoño quedéme estupefacto mucho tiempo, pues jamás había brotado de la tierra un tallo como aquél; de la misma manera te contemplo con admiración, oh mujer, y me tienes absorto y me infunde miedo abrazar tus rodillas, aunque estoy abrumado por un pesar muy grande. Ayer pude salir del vinoso ponto, después de veinte días de permanencia en el mar, en el cual me vi á merced de las olas y de los veloces torbellinos desde que desamparé la isla Ogigia; y algún numen me ha echado acá, para que padezca nuevas desgracias, que no espero que éstas se hayan acabado, antes los dioses deben de prepararme otras muchas todavía. Pero tú, oh reina, apiádate de mí, ya que eres la primer persona á quien me acerco después de soportar tantos males y me son desconocidos los hombres que viven en la ciudad y en esta comarca. Muéstrame la población y dame un trapo para atármelo alrededor del cuerpo, si al venir trajiste alguno para envolver la ropa. Y los dioses te concedan cuanto en tu corazón anheles: marido, familia y feliz concordia: pues no hay nada mejor ni más útil que el que gobiernen en casa el marido y la mujer con ánimo concorde, lo cual produce gran pena á sus enemigos y alegría á los que los quieren, y son ellos los que más aprecian sus ventajas.»

186 Respondió Nausícaa, la de los níveos brazos: «¡Forastero! Ya que no me pareces ni vil ni insensato, sabe que el mismo Júpiter distribuye la felicidad á los buenos y á los malos, y si te envió esas penas debes sufrirlas pacientemente; mas ahora, que has llegado á nuestra ciudad y á nuestro país, no carecerás de vestido ni de ninguna de las cosas que por decoro debe obtener un mísero suplicante. Te mostraré la población y diréte el nombre de sus habitantes: los feacios poseen la ciudad y la comarca, y yo soy la hija del magnánimo Alcínoo, cuyo es el imperio y el poder en este pueblo.»

198 Dijo; y dió esta orden á las esclavas, de hermosas trenzas: