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LA ODISEA

«¡Deteneos, esclavas! ¿Á dónde huis, por ver á un hombre? ¿Pensáis acaso que sea un enemigo? No existe ni existirá nunca un mortal terrible que venga á hostilizar la tierra de los feacios, pues á éstos los quieren mucho los inmortales. Vivimos separadamente y nos circunda el mar alborotado; somos los últimos de los hombres, y ningún otro mortal tiene comercio con nosotros. Éste es un infeliz que viene perdido y es necesario socorrerle, pues todos los forasteros y pobres son de Júpiter y un exiguo don que se les haga les es grato. Así pues, esclavas, dadle de comer y de beber y lavadle en el río, en un lugar que esté resguardado del viento.»

211 De tal suerte habló. Detuviéronse las esclavas y, animándose mutuamente, hicieron sentar á Ulises en un lugar abrigado, conforme á lo dispuesto por Nausícaa, hija del magnánimo Alcínoo; dejaron cerca de él un manto y una túnica para que se vistiera; entregáronle, en ampolla de oro, líquido aceite, y le invitaron á lavarse en la corriente del río. Y entonces el divinal Ulises les habló diciendo:

218 «¡Esclavas! Alejaos un poco á fin de que lave de mis hombros el sarro del mar y me unja después con el aceite, del cual mucho ha que mi cuerpo se ve privado. Yo no puedo tomar el baño ante vosotras, pues haríaseme vergüenza desnudarme entre jóvenes de hermosas trenzas.»

223 Así se expresó. Ellas se apartaron y fueron á contárselo á Nausícaa. Entretanto el divinal Ulises se lavaba en el río, quitando de su cuerpo el sarro del mar que le cubría la espalda y los anchurosos hombros, y se limpiaba la cabeza de la espuma que en ella dejara el mar estéril. Mas después que, ya lavado, se ungió con el pingüe aceite y se puso los vestidos que la doncella, libre aún, le entregara, Minerva, hija de Júpiter, hizo que apareciese más alto y más grueso, y que de su cabeza colgaran ensortijados cabellos que á flores de jacinto semejaban. Y así como el hombre experto, á quien Vulcano y Palas Minerva han enseñado artes de toda especie, cerca de oro la plata y hace lindos trabajos, de semejante modo Minerva difundió la gracia por la cabeza y por los hombros de Ulises. Éste, apartándose un poco, se sentó en la ribera del mar y resplandecía por su gracia y hermosura. Admiróse la doncella y dijo á las esclavas de hermosas trenzas:

239 «Oíd, esclavas de níveos brazos, lo que os voy á decir: no sin la voluntad de los dioses que habitan el Olimpo, viene ese hombre á los deiformes feacios. Al principio se me ofreció como un ser des-