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CANTO SÉPTIMO

hilar el hilo cuando su madre le dió ser. Y si fuere uno de los inmortales, que ha bajado del cielo, algo nos preparan los dioses; pues hasta aquí, siempre se nos han aparecido claramente cuando les ofrecemos magníficas hecatombes, y comen, sentados con nosotros, donde comemos los demás. Y si algún solitario caminante se encuentra con ellos, no se le ocultan; porque somos tan cercanos á los mismos por nuestro linaje como los Ciclopes y la salvaje raza de los Gigantes.»

207 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡Alcínoo! Piensa otra cosa, pues no soy semejante ni en cuerpo ni en natural á los inmortales que poseen el anchuroso cielo, sino á los mortales hombres: puedo equipararme por mis penas á los varones de quienes sepáis que han soportado más desgracias y contaría males aún mayores que los suyos, si os dijese cuantos he padecido por la voluntad de los dioses. Mas dejadme cenar, aunque me siento angustiado; que no hay cosa tan importuna como el vientre, que nos obliga á pensar en él, aun hallándonos muy afligidos ó con el ánimo lleno de pesares como me encuentro ahora, nos incita siempre á comer y á beber, y en la actualidad me hace echar en olvido todos mis trabajos, mandándome que lo sacie. Y vosotros daos prisa, así que se muestre la Aurora, y haced que yo, oh desgraciado, vuelva á mi patria, no obstante lo mucho que he padecido. No se me acabe la vida sin ver nuevamente mis posesiones, mis esclavos y mi gran casa de elevado techo.»

226 Así dijo. Todos aprobaron sus palabras y aconsejaron que al huésped se le llevase á la patria, ya que era razonable cuanto decía. Hechas las libaciones y habiendo bebido todos cuanto les plugo, fueron á recogerse en sus respectivas moradas; pero el divinal Ulises se quedó en el palacio y á par de él sentáronse Arete y el deiforme Alcínoo, mientras las esclavas retiraban lo que había servido para el banquete. Arete, la de los níveos brazos, fué la primera en hablar, pues, contemplando los hermosos vestidos de Ulises, reconoció el manto y la túnica que labrara con sus siervas. Y en seguida habló al héroe con estas aladas palabras:

237 «¡Huésped! Ante todo quiero preguntarte yo misma: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Quién te dió esos vestidos? ¿No dices que llegaste vagando por el ponto?»

240 Respondióle el ingenioso Ulises: «Difícil sería, oh reina, contar menudamente mis infortunios, pues me los enviaron en gran abundancia los dioses celestiales; mas te hablaré de aquello acerca de lo cual me preguntas é interrogas. Hay en el mar una isla lejana, Ogi-