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CANTO SÉPTIMO

ven que se hallara en tal trance, porque los mozos siempre se portan inconsideradamente. Dióme abundante pan y vino tinto, mandó que me lavaran en el río y me entregó estas vestiduras. Tal es lo que, aunque angustiado, deseaba contarte, conforme á la verdad de lo ocurrido.»

298 Respondióle Alcínoo diciendo: «¡Huésped! En verdad que mi hija no tomó el acuerdo más conveniente; ya que no te trajo á nuestro palacio, con las esclavas, habiendo sido la primer persona á quien suplicaste.»

302 Contestóle el ingenioso Ulises: «¡Oh héroe! No por eso reprendas á tan eximia doncella, que ya me invitó á seguirla con las esclavas; mas yo no quise por temor y respeto: no fuera que mi vista te irritara, pues somos muy suspicaces los hombres que vivimos en la tierra.»

308 Respondióle Alcínoo diciendo: «¡Huésped! No hay en mi pecho un corazón de tal índole que se irrite sin motivo, y lo mejor es siempre lo más justo. Ojalá, ¡por el padre Júpiter, Minerva y Apolo!, que siendo cual eres y pensando como yo pienso, tomases á mi hija por mujer y fueras llamado yerno mío, permaneciendo con nosotros. Diérate casa y riquezas, si de buen grado te quedaras; que contra tu voluntad ningún feacio te ha de detener, pues esto disgustaría al padre Júpiter. Y desde ahora decido, para que lo sepas bien, que tu conducción se haga mañana: mientras dormirás, vencido del sueño, los compañeros remarán por el mar en calma hasta que llegues á tu patria y á tu casa, ó á donde te fuere grato, aunque esté mucho más lejos que Eubea; la cual dicen que se halla lejísima los ciudadanos que la vieron cuando llevaron al rubio Radamanto á visitar á Ticio, hijo de la Tierra: fueron allá y en un solo día y sin cansarse terminaron el viaje y se restituyeron á sus casas. Tú mismo apreciarás cuán excelentes son mis naves y cuán hábiles los jóvenes en quebrantar el mar con los remos.»

329 Tal dijo. Alegróse el paciente divinal Ulises y, orando, habló de esta manera:

331 «¡Padre Júpiter! Ojalá que Alcínoo lleve á cumplimiento cuanto ha dicho; que su gloria jamás se extinga sobre la fértil tierra y que logre yo tornar á mi patria.»

334 Así éstos conversaban. Arete, la de los níveos brazos, mandó á las esclavas que pusieran un lecho debajo del pórtico, lo proveyesen de hermosos cobertores de púrpura, extendiesen por encima tapetes, y dejasen afelpadas túnicas para abrigarse. Las doncellas sa-