Página:La Regenta (1884-1885, vol 1).djvu/6

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sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado á las es- quinas, y había pluma que llegaba á un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, ó para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada á un plomo.

Vetusta , la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y fa- miliar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica. — La torre de la catedral, poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne, era obra del siglo diez y seis, aunque antes comenzada, de estilo gótico, pero, cabe decir, modera- do por un instinto de prudencia y armonía que modi- ficaba las vulgares exageraciones de esta arquitectura. La vista no se fatigaba contemplando horas y horas aquel índice de piedra que señalaba al cielo; no era una de esas torres cuya aguja se quiebra de sutil, más flacas que esbeltas, amaneradas, como señoritas cursis que aprietan demasiado el corsé, era maciza sin per- der nada de su espiritual grandeza, y hasta sus segun- dos corredores, elegante balaustrada, subía como fuer- te castillo, lanzándose desde allí en pirámide de ángulo gracioso, inimitable en sus medidas y proporciones. Como haz de músculos y nervios la piedra enroscán- dose en la piedra trepaba á la altura, haciendo equili- brios de acróbata en el aire ; y como prodigio de juegos malabares, en una punta de caliza se mantenía, cual imantada, una bola grande de dorado bronce , y enci- ma otra más pequeña, y sobre esta una cruz de hierro que acababa en pararrayos.

Cuando en las grandes solemnidades el cabildo man- daba iluminar la torre con faroles de papel y vasos de colores, le parecía bien, destacándose en las tinieblas,