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CAPÍTULO X.

16 El que os escucha á vosotros, me escucha á mí; y el que os desprecia á vosotros, á mí me desprecia. Y quien á mí me desprecia, desprecia á aquel que me ha enviado.

17 Regresaron despues los setenta y dos discípulos llenos de gozo, diciendo: Señor, hasta los demonios mismos se sujetan á nosotros por la virtud de tu nombre.

18 A lo que les respondió: Yo estaba viendo desde el principio del mundo á Satanás caer del cielo á manera de relámpago [1].

19 Vosotros veis que os he dado potestad de hollar serpientes y escorpiones, y todo el poder del enemigo, de suerte que nada podrá haceros daño.

20 Con todo eso, no tanto habeis de gozaros porque se os rinden los espíritus inmundos, cuanto porque vuestros nombres están escritos en los cielos.

21 En aquel mismo punto Jesus manifestó un extraordinario gozo, al impulso del Espíritu santo, y dijo: Yo te alabo, Padre mio, señor del cielo y de la tierra, porque has encubierto estas cosas grandes a los sabios y prudentes del siglo, y descubiértolas á los humildes y pequeñuelos. Así es ¡oh padre! porque así fue tu soberano beneplácito.

22 El Padre ha puesto en mi mano todas las cosas. Y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni


  1. Varios expositores creen que Jesu-Christo alude en estas palabras á la rápida propagacion del Evangelio, y por consiguiente a la destruccion del Imperio de Satanás.