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CAPÍTULO I.
CAPÍTULO II.
Advierte el apóstol que la acepcion de personas no se compone bien con la fé de Jesu-Christo; y que la fé sin las obras buenas es como un cuerpo sin alma.

1 Hermanos mios, no intenteis conciliar la fé de nuestro glorioso Señor Jesu-Christo con la acepcion de personas [1].

2 Porque si entrando en vuestra congregacion un hombre con sortija de oro y ropa preciosa, y entrando al mismo tiempo un pobre con un mal vestido,

3 poneis los ojos en el que viene con vestido brillante, y le decís: Siéntate tú aquí en este buen lugar; diciendo por el contrario al pobre: Tú estate allí en pié, ó siéntate acá á mis pies;

4 ¿no es claro que formais un tribunal injusto dentro de vosotros mismos, y os haceis jueces de sentencias injustas [2]?

5 Oid, hermanos mios muy amados, ¿no es verdad que Dios eligió á los pobres en este mundo, para hacerlos ricos en la fé, y herederos del reino que tiene prometido á los que le aman?


  1. Ya cuando nombrais los ministros de la Iglesia, ya en la distribucion de las limosnas, ó en cuanto ocurra en la Iglesia.
  2. Menospreciando al pobre, solo porque es pobre, y honrando al rico; solo porque es rico; y prefiriendo la pompa al mérito y á la virtud.