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MUSEO NACIONAL DE BUENOS AIRES.

bricado y pintado vasijas, de las que aun hallaron algunos ejem­plares[1].

Después de la fecha mencionada continúa el silencio en los tex­tos primitivos, pero creo que en el espacio de tiempo que media entre 1670 y los comienzos del siglo XVIII, los clanes de Patago­nes, especialmente los del norte perfeccionaron en el arte de modelar alfarerías, influyendo para ello en primer término el ma­yor contacto con las agrupaciones de Puelches que vivían en las márgenes del Río Negro.

D'Orbigny menciona el uso de cacharros entre los Patagones que visitó (1829), pero, desgraciadamente, no da en su obra detalle alguno sobre la técnica de fabricación, adornos, etc.[2]. Es induda­ble que fué aquel sabio viajero el último que pudo constatar el uso de la alfarería entre los Patagones, pues Fitz-Roy que llegó pocos años después, afirma terminantemente que los indígenas no fabri­caban objeto alguno de barro[3]. Por último, Musters, que hizo vida común con los Patagones, indica como utensilios que formaban parte del primitivo menage del kau, platos de madera, la cáscara del armadillo (Zaëdyus minutus (Desm.) Amgh.), y objetos usuales de hierro, como ser: ollas, azadores, etc.[4] De modo pues, que los Pa­tagones abandonaron por completo el uso de la alfarería en el es­pacio de tiempo que media entre los años 1829 y 1831.

He dicho que la fabricación de cacharros no se generalizó en to­dos los clanes que recorrían los territorios de Patagonia, y mi afirmación es tan cierta, que actualmente hay lugares en los que á pesar de haber numerosos «paraderos», talleres y enterratorios, los fragmentos de vasos son raros. La vasta región central que se extiende al sur desde el Río Deseado hasta el Santa Cruz, indudablemente muy habitada en otras épocas, ofrece bien pocas alfarerías en su riquísima y curiosa arqueología. En cambio, en las proximidades de los lagos Colhué-Huapi y Musters, cuyas márge­nes, según parece, fueron frecuentadas por una densa población in­dígena, es donde más abundan.

En la extremidad más austral, en la cuenca del río Gallegos y en el anfiteatro basáltico de Guer-Haiken, en cuyas paredes hay


  1. Charles de Brosse, Hístoire dee navigations aux terres australes, II, 21.
  2. Alcides D'Orbigny, Voyage dans l'Amérique Méridionale (edic. 1839-1843), II, 77.
  3. Robert Fitz-Roy, Proceedings of the second expedition (1881-86), en Narrative of his majesty's ships Adventure and Beagle, II, 172.
  4. George Chaworth Musters, At home with the Patagonians (edic. 1873), 72.